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Notas breves deAsturias en París

Miguel Ángel Asturias llegó a la capital francesa a mediados de 1924, cuando aún no cumplía 25 años, ciudad donde vivió hasta 1933. Los cuatro textos que se reproducen a continuación son parte de los que el Nobel de Literatura 1967 entregó tres años antes a Claude Couffon, quien tradujo al francés muchos poemas del Gran Lengua.

Los textos son una nuestra de los más de 440 artículos que durante casi una década envió al periódico guatemalteco El Imparcial, que lo había nombrado corresponsal en Europa.


«El cigarrillo»


El enemigo a muerte del señor X viene a visitarle inusitadamente. El criado lo pasa a la sala, le ofrece asiento y le deja esperando; va a avisar al señor X. Este, luego de avisado, toma su revólver escuadra y sale a recibir la visita de su enemigo político. Son las once de la mañana, poco más o menos.
La conversación de los dos enemigos al principio tropieza con largos silencios. Luego se dificulta menos, se humaniza, se humedece, en un ambiente de mutuas explicaciones. En política la temperatura y el tiempo cambian a menudo.


¿Por qué ha venido el enemigo del señor X a visitarle? Luego lo sabremos. ¿Por qué el señor X no ha disparado su revólver escuadra sobre su enemigo, como se lo temía jurado? Sólo Dios…
El enemigo del señor X saca la cigarrera, la abre y al encontrarse con sólo un cigarrillo, aparentando serenidad, como una comedia, se lo brinda a su amigo, es decir, a su enemigo. «No, fúmelo usted», rechaza éste. «No se cuide, traigo otros», dice aquél, extrayendo de su bolsillo una cajetilla plena de cigarros.


El señor X toma el último cigarro de la cigarrera, lo enciende y lo fuma.
A medida que la llama consume el cigarrillo, el enemigo se inquieta. De un momento a otro estallará, haciéndole pedazos la cara al señor X. Ya… ya… ya…
El cigarrillo se consume precipitadamente y la intranquilidad el enemigo sube a máximo grado. En el aire las volutas de humo forman caprichosos angelitos.


Cuando el señor X concluye, su enemigo se escapa, atropellando los muebles sin sombrero. En la calle monta un automóvil y ordena la dirección de su casa. ¡Qué tontería horrorosa! Se ha dejado el cigarro con el explosivo en su cuarto, por una equivocación, y su esposa es una terrible fumadora. Para que una mujer sea moderna quieren que hieda a chimenea… ¿Qué tontería horrorosa!…
Llega a casa, un ambiente tibio sale a su encuentro. Su mujer… …En el centro de la habitación yace con la cara deshecha. Sobre las alfombras, los sesos blancos, como las volutas de humo de un cigarro, forman caprichosos angelitos.
29 de septiembre, 1925


«El palomar»


Cigüeña vieja con alas de ángel de iglesia recortado en papel blanco, parece un palomar parado en un pie, entre dos nubes.


Del paisaje surgen palabras, tomando en la luz forma de palomas. Habla el paisaje. Su frase rodea el palomar: puntitos y puntitos blancos, así las cuentas de un rosario deconcha.


Cambia la visión al instante. El palomar ya no parece una cigüeña, sino una cruz al final de un rosario de palomas.


Calla el paisaje. Con la tarde sus palabras se han ido quedando quietas, dormidas, algunas dentro del palomar que deja de parecer una cruz para convertirse en oído atento…
El palomar oye…


La noche está poblada de palomas que no vemos. El palomar las siente junto a él. Un sufrimiento. Son las palabras con que, sin duda, sueñan las palomas. Vuela como ellas, y por último, se reposan.


Al levantarse el día, el palomar es un alma doblada de sueños con las puertecitas abiertas al cielo.
23 de julio, 1927


El himno nacional


Muchas veces he oído decir que se va a mudar de himno Guatemala, por no venirle bien ya la casaca vistosa que le hicieron, antaño, dos artistas dignos de admiración. Como es natural, cada vez se tropieza con el poco entusiasmo de los ingenios guatemaltecos por semejante empresa, que, contra la opinión de la mayoría, eso de hacer un himno no es como hacer un fregado. Así como no se puede invitar a alguien a que se le meta el cuchillo en seco a una persona, tampoco se puede pedir a un artista a que en seco, sin procedentes, sin vibración ambiente, sin nada que los justifique, aparte de un decreto gubernativo, se instale en su mesa de trabajo a escribir el himno patrio. El cuento de la vieja sería relatar ejemplos, el artista, en todos los casos, se ha sentido transportado, al conjuro de una hazaña gloriosa, a las alturas donde, con profética mano, trazó lo que las multitudes después leyeron y cantaron. Lo que pasa con nuestro himno, encargado a Palma por falta de cantores en el terruño —según dicen—, se repetirá ahora que, después de un concurso y otro, sin encontrar nada ad hoc, el gobierno recurrirá a la ordencita para que uno de los líricos que aún cultivan el verso clásico, escriba de nuevo el himno como Dios le ayude. El proceso complicadísimo de la producción intelectual cuyos misterios no son desconocidos, no puede violentarse, por desgracia para nuestro himno futuro. En una calma que sólo interrumpen los dimes y diretes políticos, el único himno nacional posible sería un himno de insultos de los que están abajo contra los que están arriba. ¿Pero olvida usted que se puede cantar la producción de nuestros campos? Un himno agrícola, loando las labores campesinas. Muy bien, pero eso himno no gustaría en las ciudades, y sería otra contradicción, como lo es el actual, en muchos puntos, con la realidad. Lo que pasa es más grave y con dolor del alma debemos confesarlo. Así como hay poetas que cantan al amor, para inventarse esta pasión que no sienten; así nosotros queremos cantar a la patria, para inventarnos algo que no sentimos, pues de sentirla, procederíamos de otra suerte, no dejando que de ella se apoderara, como se ha apoderado y sigue apoderándose, el extranjero en su forma más odiosa, en forma de compañía anónima. Si no tenemos patria, ¿para qué queremos himno? Esta es la verdad. Malo resulta el actual, como resultaría cualquier otro, porque el problema no es tener un himno que cantar, como se comprende, sino una patria a quien cantáselo.
12 de octubre, 1929


En la jaula de la
torre eiffel


Esta ciudad tiene un río viejo en el que nadie se baña —iglesias en las que nadie reza— palacios en los que nadie vive esta ciudad tiene una calle que se llama «de la alegría» junto a un cementerio de poetas
y en la calle de «la alegría» un hotelito de granto galante que se nombra de “santa maría” esta ciudad tiene un ferrocarril de cintura de castidad por donde circulan trenes que giran a su derredor como los anillos de saturno y peluquerías en los barrios de judas— en las que no se sabe el que entra si van a cortale el pelo o la cabeza
parís se llama esta ciudad
5 de agosto, 1933

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