COLUMNAS
Nemo dat quod non habet
Graves daños y perjuicios nos ocasionó la detentación de lo nuestro.
Si tuviéramos que reducir todo a su mínima expresión –a veces es importante hacerlo para llegar a la esencia de las cosas– podría afirmar –y afirmo– que la sentencia latina Nemo dat quod non habet (Nadie da lo que no tiene) sintetiza lo que en juicio podría constituir uno de los fundamentos torales del reclamo legal –territorial, insular y marítimo– de Guatemala en contra de Belice, así como del indemnizatorio que, distinto a este
–otros en este las partes– que salvo un medio mejor, habrá de formularse. Belice –el Estado– no pudo haber recibido como título territorial, insular y marítimo más que la detentación habida por su antecesor puesto que nadie da –nadie puede dar– lo que no tiene y quien le dio la independencia no tenía, en efecto, ningún otro “título” que la detentación (la detentación, es bueno saberlo, no constituye ningún título y, en consecuencia, nada más que esta lo que podía transmitir y transmitió). Nadie da, lo que no tiene (Nadie puede dar, lo que no tiene) NEMO DAT QUOD NON HABET, tal es, en síntesis, reitero, uno de los puntos torales que podría en juicio fundamentar nuestro reclamo y que sean cuales sean los errores que hayamos cometido no podrían cambiar la realidad acontecida. Quien transmitió no tenía sino detentación (la detentación territorial, insular y marítima) y –en consecuencia– no otra cosa que tal detentación, lo que podía transmitir y transmitió. Título legítimo tuvo el Estado que heredó a Belice para que ciudadanos suyos pudieran hacer corte de madera –sin fortificación alguna– en los lugares en que el Reino de España les concediera hacerlo (Existen dos tratados al respecto 1773 y 1786) y tal título que era legítimo para que tal pudieran hacer sus ciudadanos constituye la mejor prueba de que siquiera sobre esta parte tuvo aquel –jamás– soberanía. El sur de la concesión que se otorgara (sumamente limitativa en los dos tratados) ni siquiera tuvo título semejante tratándose de una mera usurpación, sin título alguno. Tan carecía de título el Estado transmisor que pudiera conllevar soberanía que acudió al Reino de España en 1838 –después de nuestra independencia– para que este se lo diera, pretensión a la que el Reino de España no accedió y que prueba plenamente la falta de título de aquel ¿Por qué, si lo hubiera tenido, habría acudido a conseguirlo? Ante el fallido intento de lograr el título de España, vino a buscarse ese título legítimo de nosotros –la recién constituida República de Guatemala– lo que se hizo a través del Tratado de 1859, tratado que contenía siete cláusulas, las primeras seis circunscritas al reconocimiento de límites –lo literal pero que conllevaba cesión de nuestra parte– tal lo verdadero y una séptima DO UT DES ( Doy para que des, doy porque me das) la contraprestación –esa séptima– de nuestro reconocimiento –cesión– contenido en la seis primeras, contraprestación jamás cumplida en lo que a nuestra contraparte correspondía). El Reino de España, a la luz del Derecho Internacional, el del título soberano –el del título legítimo– reconoció nuestra independencia 1863 y, con esta, transmitió a la República de Guatemala, el título legítimo –territorial, insular y marítimo– del que había gozado y que gozaba: nos transmitió, lo que podía transmitir, el título legítimo que tenía. Si la detentación sin título legítimos fuese lo único a considerar (detentación que sería incapaz de dar título alguno al nuevo Estado –Belice– inexistente en quien se lo quiso transmitir) si tal detentación, decíamos, si tal falta de título, fuese lo único que habría de determinar –en estricto Derecho– el resultado del juicio a promover no precisaría el tema de explicación alguna. Sin embargo, no es esto lo único a considerar –la detentación– la carencia de un título legítimo –sino la situación fáctica que vino a darse con el surgimiento de un pueblo distinto al del Estado que detentó y distinto al nuestro– sea en toda el área en cuestión –o en parte suya– pueblo que llegó a adquirir caracteres tan propios que le hacen tener el derecho de determinarse por sí mismo. Este, el anteriormente enunciado, derecho de autodeterminación, lo único válido que podrá enfrentársenos en juicio y que habrá de enfrentarse a la realidad jurídica de la detentación, imposible la transmisión de un título distinto a la detentación citada (esta no es un título) jamás habido por quien transmitió y, en consecuencia, por quien vino a heredarle. El derecho de autodeterminación contratado al derecho que nos corresponde a nuestra integridad territorial, jamás en detrimento suyo. La población de Belice tiene una composición heterogénea, composición que incluye población originaria, población q´eqchí propia de las Verapaces usurpadas; población afro americana mucha llevada a este como esclava; población hindú (india) y minoritarias, británica, española y de múltiples otras procedencias, población que –por sí misma– vino a darse el derecho que le corresponde y que nosotros –como Estado– así reconocimos. (El sur –área q´eqchí– nunca tuvo la posibilidad de pronunciarse). Graves daños y perjuicios nos ocasionó la detentación de lo nuestro y el incumplimiento de lo convenido con el Estado antecesor –daños y perjuicios que se nos causaron antes de que se diera la independencia de Belice y que se nos siguen causando, imputables todos a quien detentó y dispuso, como suyo, lo que nunca tuvo (pudo haber llegado a él, pero incumplió lo convenido) un título legítimo. No es mi intención la de levantar dedo acusador alguno y no se trata este tema de acusaciones y recriminaciones, de vivezas de ratón, aunque sean de alta diplomacia, ni de errores, sino de estricto Derecho y –sobre todo– de estrictos principios generales del Derecho, realizadores uno y otros de justicia que ese –y no otro– la realización de la justicia, el fin del Derecho. En lo indemnizatorio –distinto al reclamo territorial insular y marítimo– sean la imaginación y la buena voluntad, a la altura de los tiempos, los que –sin necesidad de un juicio– hagan justicia.
CARLOS MORALES MONZÓN
Periodista y Profesor Universitario
Había escuchado hablar tanto de la Inteligencia Artificial que decidí comprobar si todas las maravillas de las que hablan son verdaderas. Como me la llevo de medio músico, primero practiqué con un software para hacer composiciones. Debe haber mejores, pero el que utilicé me dejó realmente sorprendido.
Quizás no es todo lo fácil que alguien quisiera, pero si se sabe ingresar la información, cualquiera, en menos de un minuto, puede componer un jingle o una canción en menos de un minuto. Es más, el software produce dos archivos simultáneamente para que el creador escoja el producto que más satisfaga sus gustos.
No conforme, busqué una Inteligencia Artificial creadora de textos.
Vi antes en internet consejos para el uso del software y luego procedí.
Ingresé el siguiente texto, advierto que sin las comillas pues ahora solo las agrego para dejar constancia textual de lo que escribí para la IA: “escribe un artículo de 2400 caracteres sobre el difícil tránsito vehicular en la ciudad de Guatemala, donde circulan alrededor de 1 millón de carros y casi 2 millones de motos. Una ciudad sin cultura vial y gente desesperada por llegar temprano a su destino, dispuestos a hacer lo que sea con tal de avanzar en las vías de tránsito, vehículos sobrecargados y muchas motos con más de dos pasajeros.
Intenté resumir, lo más que pude, la agonía de todo ciudadano que circula por la ciudad o intenta ingresar en ella para ver el resultado del trabajo. Así es que, como se trataba de un experimento, ya estaba pensado que hoy les contaría la verdad sobre el origen del texto que leyeron la semana anterior en este espacio.
Hoy no me cabe la menor duda de lo maravilloso de la Inteligencia Artificial. Y seguro se pueden hacer muchas y mejores cosas, pues además de textos y música, he leído que también genera imágenes, videos, personas y ambientes virtuales con una naturalidad increíble.
Hasta dónde ha llegado el ser humano. Hasta el punto de crear realidades virtuales que facilitan muchas labores productivas.
Pero también me puse a pensar, inmediatamente, lo dañino que resulta también para los mismos seres humanos. Por un lado, porque estoy seguro contribuirá al aletargamiento de las personas. Y si hoy día vemos con preocupación el desaparecimiento paulatino del pensamiento crítico en los jóvenes, qué pasará cuando el uso de la Inteligencia Artificial se propague y sea de uso común. Pero, por otro lado, también pensé en cómo esta Inteligencia Artificial contribuirá en la promoción del desempleo, pues realiza tareas que, en muchas oportunidades, no hace un solo ser humano sino varios.
COLUMNAS
Colaboración: Envejecimiento saludable para Chile
Chile es uno de los países de América Latina con una de las tasas de envejecimiento más rápidas. Según el INE, casi un tercio de la población chilena será mayor de 60 años en 2050. El número de personas con demencia está en aumento, afectando la calidad de vida, la economía y la sociedad.
La infraestructura de atención médica y la preparación de profesionales capacitados requieren atención urgente. El aumento de la población mayor afecta la fuerza laboral y los sistemas de pensiones. Además, el conocimiento de los factores de riesgo en el envejecimiento en Chile y la región es insuficiente, al igual que la innovación en esta área.
Necesitamos cambios intersectoriales que trasciendan la medicalización. Programas de investigación para el envejecimiento saludable pueden proporcionar las bases científicas necesarias para nuevas terapias, y desarrollar políticas y prácticas basadas en evidencia más efectivas. El Estado tiene un rol crucial en el desarrollo y financiación del plan nacional de demencia a largo plazo. Políticas de apoyo para la inclusión de personas mayores en la sociedad son esenciales para garantizar que todos los ciudadanos puedan disfrutar de una vida digna y activa.
Los programas comunitarios y las políticas de salud pública deben centrarse en promover la actividad física, la participación social y el bienestar mental.
La innovación en productos y servicios para personas mayores puede abrir nuevas oportunidades económicas, por ejemplo, viviendas adaptadas para personas mayores y tecnologías avanzadas de cuidado en el hogar.
La creación de productos y servicios diseñados específicamente para las necesidades de los adultos mayores puede abrir nuevas oportunidades de mercado y mejorar la calidad de vida. La colaboración entre el gobierno, el sector privado y la investigación es vital para abordar estos desafíos.
Aunque los datos sobre el envejecimiento en Chile son alarmantes, aún estamos a tiempo. Hay un potencial significativo para desarrollar una nueva economía basada en el capital cerebral y la experiencia de la población mayor. La inversión en innovación, investigación y desarrollo puede transformar los desafíos del envejecimiento en oportunidades económicas y sociales.
ONEIDA NAJARRO
Subsecretaria de Comunicación
Sí, usted que durante las horas pico —que son casi todas— ve que los demás hacen cola para incorporarse a un carril, pero no le importa y acelera, aunque no quepa en la vía se deja ir con todo como si los demás estuvieran obligados a cederle el paso.
Sí, usted que, aunque solo haya dos carriles se ubica en el medio con su moto y aparece de la nada obligando al que va en su vía a pegarse a las orillas para no rozarlo.
Sí, usted que con el autobús de pasajeros que conduce anda sonando una bocina estruendosa y que parece nunca terminar. Que con poner a su ayudante en la puerta no pide vía sino solo anuncia que se va a meter en el carril.
Sí, usted que va hablando por celular y ni se fija que su vehículo se está pasando a la otra vía y supone que el de al lado es el que debe poner atención para no rozar el auto.
Sí, usted que, aunque ve un carro averiado en el camino no se digna a darle vía al que se quedó parado atrás.
A usted que le pesa la mano sobre la bocina y supone que para todo es necesario hacerlo. Yo no me haré la santa, pero a lo más que llego es a maltratar dentro del auto, con los vidrios hasta arriba; así que solo yo me escucho.
Eso es un día en el tráfico, el que toca convivir en las carreteras con los automovilistas de vehículos de dos, cuatro y más ruedas. De por sí, son horas difíciles en las que el reloj avanza, no así los autos.
Es como el rodaje de la misma película todos los días y con los mismos actores, entre los que destacan aquellos que hacen el papel de malos, que no colaboran en hacer menos pesado el trajín de ir sentados sin poder estirar las piernas.
El reloj inteligente dice cada cierto tiempo: ¡hora de levantarse¡ y pues no se puede, ni modo que pare el automotor a media carretera. Y qué decir del Waze, siempre lo pongo para saber cuánto durará el viacrucis. Si me dice que llegaré a tiempo al menos me da consuelo, por momentos.
No son minutos, son horas las que se pierden en el tráfico, tanto así que da tiempo a escuchar programas radiales completos, listas de música, revisar correos, peinarse, arreglarse y hasta comer. Sé de algunas personas que, con tal de ahorrarse la pesadilla, salen cuando aún está oscuro, llegan temprano a su destino y aprovechan para dormir dentro del carro antes de presentarse al trabajo.
Estudios han demostrado que estar atorados en el tráfico constituye una de las actividades más desagradables para las personas; además del tiempo que se pierde, también aumentan los niveles de estrés.
La percepción de estar estancado es algo que contribuye a la ansiedad porque se siente que no se puede hacer nada para cambiar esa situación.
Así que como dice mi mamá: Hágase la volada. Mientras llegan medidas para desfogar el tráfico, colaboremos y alivianemos la carga con nuestras buenas actitudes al volante.