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Revista Viernes

Muestra fotográfica revela vida de Miguel Ángel Asturias

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El programa Exposiciones Artísticas de la Usac facilita diferentes exposiciones de arte en museos, centros culturales, bibliotecas espacios públicos y privados

Con el objetivo de dar a conocer más sobre la vida del Premio Novel de Literatura 1967, el escritor, periodista y diplomático Miguel Ángel Asturias, la Dirección de Extensión Universitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) cuenta con una exposición itinerante de fotografías, las cuales muestran momentos que marcan hechos históricos de su vida.


Esta serie de 30 fotografías, ha sido recolectada de libros, diarios, colecciones y archivos personales de seguidores de Asturias. Esta exposición celebra los 125 años de su natalicio, el cual fue decretado por el Gobierno de Guatemala, al igual que lo hicieron a los 55 años de su fallecimiento.


“Conocer más de Miguel Ángel Asturias, es conocer sobre un referente mundial de la literatura guatemalteca” punta, Cesar Agusto Lee Villela, asistente de actividades artísticas-culturales de la Dirección General de Extensión Universitaria y Coordinador del Programa Exposiciones Artísticas Usac.
“Es importante que las nuevas generaciones conozcan este personaje que enriqueció la cultura, el arte y las letras guatemaltecas, llevándolas a un nivel internacional y al mismo tiempo fue uno de los precursores del realismo mágico, movimiento literario que surge a principios del siglo XX, mostrando lo irreal y extraño, como común y cotidiano. Es un escritor que todos deberíamos de reconocer, admirar y leer”, enfatizó.


Llevar el arte más cerca de los estudiantes y de la población general solo se puede con un trabajo conjunto, como el que realizan la Casa de la Cultura Flavio Herrera, la Biblioteca Cesar Brañas y la recopilación de documentos históricos por parte de la Editorial Universitaria. Estas fotografías han recorrido diferentes puntos de la Usac, como la Biblioteca Central, la biblioteca Cesar Brañas y la Casa de la Cultura Flavio Herrera. Si desea conocer la muestra fotográfica, estará disponible durante el XXVII Festival del Centro Histórico, del 3 al 12 de octubre en las instalaciones del Paraninfo Universitario, 2a Avenida 12-40, zona 1, ciudad de Guatemala.

Mariano Macz
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Revista Viernes

Los cuentos de Yolanda Oreamuno

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El mérito de esta compilación radica en la búsqueda, el rastreo del mito y la riqueza literaria que la autora decidió publicar en vida. Los 16 cuentos que integran esta edición comparten la voz de la pérdida, la resistencia al paso del tiempo y la necedad de la naturaleza humana.


Sutiles y sugerentes, los cuentos de Las mareas vuelven de noche y otros cuentos se revelan al lector con la complicidad de un secreto compartido por la autora.


Esta publicación es un homenaje a su memoria. Yolanda Oreamuno escribe el primer cuento a los 16 años. Aproximarse a su trabajo literario es entrar en el cuarto de los espejos. Su narrativa es nebulosa y nostálgica, en ella gravitan personajes perversos e inocentes, que odian o aman a ciegas.

Colaborador DCA
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Revista Viernes

Leyes para los más pequeños del hogar

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La Constitución Política de la República de Guatemala es la ley suprema del país, porque en ella están reconocidos nuestros derechos; además, indica quiénes dentro del Estado de Guatemala deben colaborar para que se respeten los derechos.


Este libro está dedicado a los más pequeños y primero les explicará cuáles son los derechos y deberes de los connacionales; asimismo, los órganos encargados de apoyar al Estado para que se cumpla su legislación.


Los defensores de la Constitución acompañarán a lo largo del recorrido para que los menores comprendan de mejor manera lo que se les está explicando en un lenguaje amigable y redactado especialmente para ellos.

Colaborador DCA
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Revista Viernes

Los bárbaros

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Nosotros, los bárbaros, vivíamos en las montañas, en cuevas húmedas y oscuras, comiendo bayas, robando huevos de los nidos y apretándonos los unos contra los otros cuando la noche se hacía insufrible. 


Era cierto que, a veces, un trémolo sordo nos llamaba. Temerosos, descendíamos por el bosque hasta ver el camino que habían construido los hombres del poblado, y veíamos las caravanas, los ricos carruajes, los soldados de brillantes corazas. Y era tanto el odio y la envidia y la rabia, que precipitábamos sobre ellos gruesas piedras (eran nuestra única arma) y escapábamos antes de que nos alcanzaran sus dardos.
A veces, en lo más sombrío e intrincado del bosque, aparecían hombres del poblado que gritaban y agitaban los brazos.

Se acercaban y nos ofrecían inútiles objetos. Acariciaban a los niños y, con gestos, trataban de enseñarnos alguna cosa, pero eso nos ofendía, y bastaba que uno de los nuestros gruñera para que todos nos abalanzáramos sobre ellos y destrozáramos sus artilugios y los despedazáramos. Los hombres que venían a nuestro encuentro no eran, además, como los soldados; eran infelices que se dejaban atropellar, que lloraban si rompíamos sus cajas de finas hojas llenas de signos apretados. De los soldados salíamos huyendo, pero a aquellos viejos que venían en son de paz podíamos atarlos a los árboles y torturarlos sin peligro. Babeando, danzábamos delante de ellos, les aplicábamos brasas candentes, los ofrecíamos al hambre de nuestras mujeres y de los niños que colgaban de sus pechos.


Sin embargo, a veces, disciplinados ejércitos de soldados avanzaban geométricamente sobre el bosque. Nosotros chillábamos, les lanzábamos piedras, les mostrábamos las bocas desdentadas con el gesto de amenaza que veíamos poner a los perros, pero ellos se desplegaban, y capturaban a algunos de los nuestros, y los lanceaban, y los demás solo podíamos retroceder, adentrarnos más en el bosque, ocultarnos en lo más espeso, en lo más inhóspito de sus profundidades.


Ahora ya casi todo el bosque es suyo. Rebeldes, rabiosos, ascendemos por las montañas mientras ellos extienden sus poblados, sus caminos empedrados, sus obedientes animales. Debemos retirarnos cada vez más, hasta aterirnos de frío en estas cumbres de nieve donde nada vive, donde nada hay que les pueda ser útil. Aquí nos apretamos, diezmados, cada vez más hambrientos, incapaces de comprender cómo son tan hábiles para aplicarse sobre el cuerpo finas pieles, de dónde sacan sus afiladas armas.
En las montañas, luchamos por sobrevivir frente a los osos y la lluvia. Vagamos en busca de comida, aunque cada vez es más difícil evitar a los hombres del poblado, los hombres sabios, los que tanto odiamos.


Ellos creen que no pensamos, pero se equivocan. Bastaría que vieran nuestras uñas rotas de escarbar la tierra, nuestra mirada agria e intolerante, nuestra rabia; bastaría eso para que al fin se dieran cuenta de que también sabemos preguntarnos por qué la victoria ha de ser suya.

Pedro Ugarte (España, 1963) 

Colaborador DCA
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