Rodrigo Moreno, Facultad de Artes Liberales
Valparaíso ha sido, desde los inicios de los tiempos republicanos, un espacio para los migrantes. El hecho de que, al momento de la primera Junta de Gobierno de 1810, sólo vivían en la zona cerca de 5 mil personas, nos permite dimensionar la escasa importancia que la ciudad puerto tenía como centro urbano. Y cuando, treinta años más tarde, la población registraba sobre las 40 mil almas, una de las explicaciones más razonables para entender este ascenso demográfico fue la llegada de los migrantes extranjeros, aunque también hay que reconocer que se produjo una fuerte presencia de nacionales provenientes de las diversas provincias de aquel tiempo.
Por lo anterior, se podría decir que Valparaíso y su entorno es hijo de la migración, realidad que se mantuvo muy activa hasta la mitad del siglo XX, cuando se comenzó a percibir un declive en la llegada de foráneos, además de que, coincidente con el comienzo de la masividad de la navegación aerocomercial, Santiago terminó por reemplazar a nuestro puerto como la principal puerta de entrada al país. Sin embargo, en los últimos años, nuevamente se ha inciado un proceso migratorio que también ha convertido nuestra zona como un espacio para forjar una vida mejor.
Volviendo a la historia, es posible que se recuerde con mayor fuerza la presencia británica, que principalmente en el siglo XIX construyó en Valparaíso bases identitarias que hoy forman parte de nuestro patrimonio material e inmaterial. El legado educacional, los emprendimientos económicos y empresariales, la infuencia arquitectónica, así como las tradiciones deportivas, son sólo algunos ejemplos de lo que significó haber recibido un importante número de migrantes de una nación, que para entonces era la primera potencia mundial.
Pero no sólo fueron ingleses los que llegaron a Valparaíso y eligieron este puerto para emprender e innovar. La presencia de alemanes y franceses también fue significativa, con grandes aportes al desarrollo de la zona, y con huellas institucionales que aún son claramente perceptibles en el gran Valparaíso. Sólo como ejemplo, todavía se puede observar un legado arquitectónico de dichas comunidades migrantes, que hoy son orgullos patrimoniales, como la bella e icónica iglesia Luterana y el antiguo Deutsche Schule en el Cerro Concepción, o la bella calle Los Galos, junto a la iglesia San Luis Gonzaga, en el Cerro Alegre.
También los migrantes italianos dejaron profundas huellas en la identidad de nuestra zona, lo mismo que los numerosos españoles que arribaron principalmente en el siglo XX. Y para qué decir acerca de la comunidad judía que se estableció en la región. Y los árabes que se integraron a la zona con un fuerte espíritu emprendedor, que en muchas casos dio enormes frutos con el correr de los años.
Y así, migrantes de diversas naciones han dejado un legado que durante más de un siglo ha sido un sello que nuestra región debe salvaguardar: la capacidad y los deseos de emprender e innovar, llave maestra del desarrollo. Ahora bien, con la llegada de nuevos migrantes en el último tiempo, cabe esperar que este círculo virtuoso se reactive. La llegada a la zona de personas dispuestas y esperanzadas por aportar, es una buena noticia para un Gran Valparaíso que debe aprender de su historia y continuar por la senda del desarrollo, con el cual se forjó la riqueza de su pasado: la capacidad creativa, la voluntad integradora y la mirada con proyección.