miércoles , 27 noviembre 2024
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La inteligencia del porvenir (II)

Fernando Echarri
Revista Nuestro Tiempo

El eco de esta idea, que presidió en enero el cuarto Día Internacional de la Educación, me llevó a recordar algunos tesoros, aún por descubrir, del informe Delors. Frente a los planes que priorizan la adquisición de conocimiento, el estudio publicado en 1996 concibe la educación como un todo que debe contribuir al desarrollo global de cada persona.

En el documento se apuntalan cuatro pilares básicos: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Hoy en día, merece especialmente la pena reflexionar sobre los dos últimos, porque favorecen, por un lado, la comprensión mutua, el pluralismo y la paz y, por otro, la autonomía, la capacidad de juicio y la responsabilidad individual sobre el destino colectivo.

Para desplegar este enfoque holístico de la educación, numerosos centros han incorporado en su currículo la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner. Ahora bien, de los nueve tipos descritos por el investigador de la Universidad de Harvard, existe una, la última en llegar al paradigma, que suele ningunearse: la inteligencia espiritual, también conocida como trascendente o existencial.

Numerosos centros han incorporado en su currículo la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner.

Su colega de campus, el psicólogo clínico Richard Wolman, la define como la capacidad de preguntarse por el sentido de la vida y de experimentar simultáneamente la conexión entre cada uno de nosotros y el mundo.

¿Por qué los proyectos educativos no apuestan por cultivar algo tan genuinamente humano? Francesc Torralba, catedrático de Ética de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, señala la causa: confundimos espiritualidad y religiosidad. Pero, como subraya este filósofo, la espiritualidad es una potencia con la que todos nacemos, como la capacidad de hablar.

Probablemente, esta dimensión (que nos faculta para buscar respuestas, analizar nuestros comportamientos, asombrarnos con la realidad y valorar lo que nos une) sea la variable que faltaba en el ejercicio de economía ficción de Keynes. La inteligencia espiritual tiene la llave para alcanzar el gran cambio que ahora se dibuja en el horizonte.

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