miércoles , 27 noviembre 2024
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La innecesaria soledad del líder (II)

Rocío García Bourrelier 

Profesora de Historia Moderna

Así, inicia su camino acompañado por los integrantes de la Comunidad del Anillo que se oponen a Sauron, el Señor Oscuro. Pero cuando la codicia de Boromir, un hombre, le hace perder la cabeza y ataca a Frodo (“El corazón de los hombres se corrompe con facilidad”), este decide continuar en solitario.

Los lectores de la obra de Tolkien saben que, dejado a su suerte (olvidando la ayuda solicitada), Frodo nunca hubiese finalizado su encargo: la fatiga le vence y se arrepiente de haber aceptado la misión (“Ojalá el anillo nunca hubiera llegado a mí”); empatiza en exceso con Gollum, un despojo de hobbit esclavizado por el anillo; su voluntad se quiebra ante los cantos de sirena del aro dorado, sin que, como Ulises, sepa tomar precauciones… Por suerte no está solo. Le acompaña alguien que conserva la cabeza fría y los (enormes) pies en el suelo: Sam, su jardinero, “protector de lo que crece”.

Samsagaz Gamyi, que conoce bien a su amo (empleador, diríamos hoy) y el peso que arrastra, lo sigue cuando abandona la Comunidad. Cuida de él evitando que la misión lo engulla: se ocupa de que coma y beba, de que descanse; carga con él cuando no puede caminar; desconfía con lucidez de quienes se presentan falsamente como amigos (Gollum, Boromir).

Diversos peligros acechan al emprendedor.

En definitiva, pone cordura en una situación descabellada. En ese sentido, el personaje creado por Tolkien recuerda al entrañable Sancho salido de la pluma de Cervantes: ambos protegen de buen grado a un señor que, por razones diversas, vive en su propio mundo, y procuran allanarle el camino.

Diversos peligros acechan al emprendedor: en aras de conseguir su objetivo, puede descuidar sus lazos familiares, su salud física y mental, su crecimiento intelectual, sus amistades… Además, un exceso de confianza puede resultar en una errónea valoración de los obstáculos, dando al traste con su esfuerzo. Por ello, le conviene contar con un Gamyi (individual o colectivo) que lo entienda y asesore, y cuyas indicaciones quiera seguir. Porque toda ayuda es inútil si se desprecia.

Esa persona o grupo es el objeto directo que requiere el verbo “liderar”: alguien que comparte el recorrido, mantiene una saludable distancia emocional, conoce bien a la persona al cargo, sale al paso de sus (razonables) necesidades y modera sus exigencias. No es siempre fácil trabajar junto a alguien designado para sacar un proyecto adelante; no es sencillo ser Sam.

Para apoyar a quien dirige se precisa la madurez de entender y valorar el propio papel, además de un gran interés por culminar el propósito común. Sin Sam, sin un “mediano” sensato y optimista, Frodo habría fracasado. Para conseguir sus objetivos no actúe nunca solo, ponga un Gamyi (o dos) en su vida.

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