En su composición tomaban parte un mentor responsable del “revestimiento ideológico” de la máquina, instruido en símbolos y alegorías, y un pintor encargado de traducir materialmente las ideas del primero.
El Archivo Municipal de Pamplona custodia, gracias al celo de sus sucesivos archiveros municipales, las series de jeroglíficos destinados al catafalco que el Regimiento de la ciudad levantó para las exequias de Felipe V (1746), Bárbara de Braganza (1758), Isabel de Farnesio (1766) y Carlos III (1789), testimonio fiel y directo del arte efímero en Navarra. Elaborados en papel de tina a modo de tarjetones con un tamaño medio de 60 x 45 cm., el centenar de jeroglíficos pamploneses posee un excepcional valor patrimonial al ser uno de los contados casos en que han llegado hasta nuestros días los emblemas originales, dado que por lo general los conocemos a través de las descripciones o grabados que incluyen las relaciones de exequias.
Los jeroglíficos pamploneses se ajustan a la composición canónica del “emblema triplex” de Alciato, formada por lema o título en lengua latina, cuerpo o pictura y epigrama en forma de poesía castellana e insisten en un mensaje enlazado en un discurso coherente que comienza con el dolor por el fallecimiento del monarca, avanza hacia la manifestación del poder de la muerte y culmina con el triunfo sobre esta merced a una vida virtuosa, sin olvidar la sucesión dinástica que asegura la estabilidad de la corona. Para ejemplificar los anteriores conceptos sus mentores echaban mano de una multitud de referencias, algunas de ellas protagonizadas por figuras femeninas con diferentes significados, como testimonia la siguiente selección de imágenes.
Continuará…