Pilar Andueza Unanua
Profesora en la Universidad de La Rioja y miembro de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Fue pintado en Madrid en 1768 por una autor desconocido. De algo más de medio cuerpo y sentada, se atavía con un vestido a la francesa, de tono amarillo anaranjado con flores bordadas. Sin duda, lo más significativo de la pintura son las joyas que porta: una gran piocha adornando el cabello, y un aderezo compuesto por pendientes y pieza de garganta formada por un lazo de diamantes cosido a una cinta de terciopelo negro ceñida al cuello.
Dicho aderezo, como el clavel que muestra en su mano (símbolo de la fidelidad), resultan sorprendentemente similares a los que ofrece Mª Luisa de Parma en el retrato que de ella realizó Anton Raphael Mengs tres años antes.
A lo largo de la Edad Moderna también gozaron de algunas representaciones las clausuras femeninas, a la vez que algunas mujeres se hicieron presentes, aunque de manera muy popular e ingenua, en los exvotos entregados en algunos santuarios.
Un género artístico milenario capaz de hacer justicia con las mujeres.
El siglo XIX amplió extraordinariamente el desarrollo del retrato al introducirse la fotografía como técnica artística, favoreciendo con ella la proliferación y extensión de la presencia femenina, bien de manera individual, bien en pareja o dentro del grupo familiar. Fueron realizados inicialmente en estudio, con un telón de fondo fijo, y entre los autores destacaron fotógrafos como Coyné, Dulcloux, Pliego, Zaragüeta, Roldán, Mena, Ibáñez e incluso aficionados como Altadill, quien reflejó a su esposa y otros familiares en numerosas ocasiones.
De manera paralela, el retrato femenino siguió su desarrollo, reclamado ahora, como ocurría con la fotografía, por la burguesía. García Asarta, Nicolás Esparza, Enrique Zubiri, Javier Ciga o Miguel Pérez Torres ofrecieron representaciones femeninas, pero es necesario resaltar que su número fue sustancialmente inferior al masculino. El género sería prolongado ya en la segunda mitad del siglo XX por artistas como José María Ascunce o César Muñoz Sola.
En las últimas décadas, las mujeres se han adentrado también en las galerías de retratos institucionales, una modalidad con muchos siglos de historia que, afortunadamente, tanto el Parlamento como la Diputación Foral supieron recuperar. Mientras Tomás Muñoz Asensio ejecutó los correspondientes a las presidentas del Parlamento navarro Lola Eguren y Elena Torres, Monika Aranda efigió a Ainhoa Aznárez.
Por su parte, de los pinceles de Elena Goñi salió el retrato de Yolanda Barcina, primera presidenta del Gobierno navarro, mientras Iñaki Lazcoz ofreció el de la segunda mujer en el cargo, Uxue Barkos.