miércoles , 27 noviembre 2024
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El muerto virtual

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Una historia que bien merece una sincera reflexión.

Tiempo atrás bauticé el síndrome de la soledad global, un trastorno emocional que abarrotará las consultas de psiquiatras y psicólogos en los próximos años. Tras declararme apasionado de las nuevas tecnologías, anunciaba un posible desequilibrio psíquico causado por el uso excesivo o inmoderado de los chats, especialmente con gente desconocida. Personas capaces de comunicarse con cualquiera en los espacios virtuales, pero ariscas o reacias al trato con su mujer, marido, padres, hijos… cometen un doble grave error.

Nunca existe la seguridad de charlar con quien nos imaginamos. La otra persona puede disimular o falsear su forma de ser, ocultarse o disfrazarse. Un disfraz capaz de encubrir una personalidad desequilibrada, mentirosa, embaucadora… o, sencillamente, alguien normal.

Conozco esta historia presentada en medios de comunicación. Es la de José Ángel Taboada, cincuentón, vive en Alcabre, Vigo. La vida de Angeliño iba de mal en peor. Acabó sin trabajo y sin derecho a prestación alguna; malvivía con algunos enseres y desperdicios que rebuscaba en contenedores. Solitario, aislado, sin luz, sin agua… Angeliño sucumbió bajo el síndrome de Diógenes: abarrotó la casa con cachivaches e inmundicias, hasta dejarla inhabitable e intransitable.

Un día se sintió indispuesto y se dejó caer, apático, entre la pilada de inmundicia. Así quedó. Nadie le echó de menos, nadie notó su ausencia. Nadie preguntó por él…

Al finado Angeliño, le seguían 3 mil 544 amigos en Facebook, y 550 en LinkedIn. Tal vez por efecto de las meigas virtuales, Angeliño se convirtió en Angelito. Fíjense el contraste, así lo definen sus amigos virtuales: ingenioso, bromista, sensible, optimista y solidario.

Todos desconocían su vida real; a excepción, quizá, de Dori Macía, residente en Tenerife, con la que había intimidado de forma algo especial. A Dori le sorprendió que Angelito, o Angeliño, tardara días en colgar alguna de sus lindeces.

Inútilmente intentó comunicarse con él por WhatsApp y por teléfono. Tres días ya… intranquila, contactó con la parroquia para  reportar el caso. Los bomberos sacaron el cadáver de Angeliño. La necropsia confirmó la causa natural del fallecimiento. Lo sepultaron, anónimamente, en una tumba de beneficencia, sin sus amigos de Facebook y sin sus amigos del pueblo, que no los tenía. Solo Dori lloró sinceramente su muerte.

Ya sé que un único caso no valida una teoría. Sin embargo, considero que esta historia bien se merece un rato de sincera reflexión sobre cómo utilizamos personalmente el universo de Internet.


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