miércoles , 27 noviembre 2024
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El armario del Cid Campeador (y VI)

Judith Alegría y Antonio Rubio Martínez 

Revista Nuestro Tiempo

Sigue estrictamente su código de justicia hasta llegar a ejecutar a un miembro de su hueste, paisano y pariente suyo, por haber
matado en una trifulca a un aliado moro. Por su trato con los musulmanes, en concreto con Yakub, lugarteniente del emir con quien llega hasta a rezar mirando a La Meca, se le ha llamado “relato de frontera”. Casi al mismo tiempo que el Cid perezrevertiano, hermanastro de Diego Alatriste o Lorenzo Falcó, surge la serie El Cid, producida por Amazon Prime Video y estrenada a finales de 2020.

La serie retoma la adolescencia que había comenzado a reconstruir Hernández-Palacios en sus cómics, pero partiendo de un Ruy (Jaime Lorente) recién llegado a la corte y que va haciéndose hueco entre los escuderos. El Cid lorentino se presenta todavía más humano y, por tanto, con más debilidades, no ya en la batalla sino en los deseos carnales. Estando Jimena en León, y aunque ya había roto su compromiso con Orduño, Ruy Díaz sucumbe a los encantos de Amina, la hija del emir de Zaragoza, a pesar de que se le avisara de los peligros que podría conllevar.

Cada siglo ha creado de la figura el personaje que más le convenía.

No obstante, mantiene algunas características tradicionales del Cid, como su rectitud  para cumplir el juramento al rey, que se ve claro cuando lo salva de un atentado seguro, o su relación con los musulmanes. Por eso, y por no ser derrotado en campo abierto, el astrólogo Abu Bakr cree que tiene barakah, o bendición de Alá, lo que en español medieval se entendía como auze, fortuna. Se podría decir que las distintas épocas han hecho con el Cid de la capa un sayo. Cada siglo ha creado de la figura el personaje que más le convenía. Su mujer comenzó a hilar la leyenda para justificar sus derechos sobre Valencia; el Cantar presentó al castellano común el ideal de esposo, padre, cristiano y caballero al que acompañaban la suerte y la valentía tanto como la prudencia y el saber; los añadidos posteriores trataron de adornar con invenciones las hazañas del héroe, así como su capacidad de pedir cuentas al poder civil; mucho tiempo después, ya en el siglo XX, en España lo tomaron unos como símbolo de su victoria, y otros, de su derrota, y en Hollywood insistieron en su trato con los musulmanes para articular un discurso pacifista en medio de la Guerra Fría; Pérez-Reverte quiso ahondar en la razón y en el realismo para explicar su perfecta imperfección; y Amazon, por su parte, lo convirtió en un joven imberbe que podría salir en Merlí.

En definitiva, el Cid es una muñeca rusa, en cuyo interior se oculta el que existió, y en el exterior, el que muchos hubiesen querido que existiese. 

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