miércoles , 27 noviembre 2024
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Easy Rider: el fin del sueño americano

Con los asesinatos de John F. Kennedy, en 1963, y su hermano Robert y Martin Luther King Jr., en 1968, con menos de 40 días de diferencia entre cada uno, una harta y desmoralizada “América” prefirió ahogarse en drogas y buscar su destino en otro lugar.

Es aquí cuando vemos a Wyatt o El Capitán América (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper), quienes, luego de un trato con el narco mexicano y la venta de la droga, deciden darle un buen uso a ese dinero y dirigirse al festival Mardi Gras en Nueva Orleans. En una escena significativa, Wyatt tira su reloj de oro en el desierto, como rechazo al nuevo orden mundial, que incluía la esclavitud de ocho horas de un trabajo, y elige ser libre. 

Entonces el rocanrol explota en todo su esplendor y toma el mando de la película con la secuencia inmortal amenizada por Born To Be Wild, de Steppenwolf, sobre una motocicleta Chopper y el viento en la cara. Como debe ser, amén.

Este dúo se desplaza por esa America Great Again, que bien podría ser la de Trump, detestable moralista e hipócrita que odia a sus anchas a los desterrados, los hippies, los alcohólicos y los drogadictos, que se refugiaron en los valles y las drogas para encontrar un nuevo sentido a la vida.

Como sorpresa, en el lugar menos esperado, aparece  Jack Nicholson, quien interpreta a George Henson, un abogado alcohólico que ayuda a Billy y Wyatt a salir de prisión. Nicholson aporta la mayor claridad a Easy Rider con su candor y su intelectualidad alcoholizada, para darle sentido y cordura a una realidad excluyente y absurda, con líneas propias de su grandeza. 

Cuando vamos por la carretera con estos tres personajes no podemos esconder un deleite cómplice. La recorremos con Bird Song, de The Holy Modal Rounders, sobre la preciosista cinematografía de László Kovács, quien retrató la inmensidad del desierto del sur con un asombro juvenil. Kovács es responsable de la cinematografía en películas como Shampoo, New York, New York, Say Anything y Close Encounters Of The Third Kind, entre otras. 

Easy Rider tiene escenas incómodas que indignan y enojan. Una ocurre en el restaurante, cuando los tres entran a comprar comida mientras los gringos white trash se encargan de humillarlos por el simple hecho de ser diferentes. La cosa después no mejora. La feroz resolución del final termina por sacarnos el aire de manera fulminante. La libertad tiene su precio aún hoy, y esto es visto como un peligro ante el enfermo control impuesto por las clases altas. Es su gran enseñanza. 

La película tiene una historia simple. Fue hecha por jóvenes para jóvenes, con un presupuesto ridículo. La fama de rebelde de Hopper hizo que nadie le diera un dólar, y todos se reían de él cuando decía que estaría detrás de la cámara. Como pudo, logró reunir US $375 mil, y, ante el asombro de Hollywood y su verde envidia, la cinta logró recaudar en total US $50 millones. 

Easy Rider se estrenó el 14 de julio de 1969, y se convirtió en un clásico de culto instantáneo que puede verse en Netflix. A las tres semanas de su estreno, los seguidores de Charles Manson asesinaban a la actriz Sharon Tate y a otras cuatro personas en la mansión Polanski. La guerra de Vietnam explotó, y así terminó aquel sueño americano de la era hippy. 

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