Hernán Cheyre
Director del Centro de Investigación Empresa y Sociedad, CIES
Un principio económico básico que ha logrado instalarse en forma transversal es el de que la integración comercial con el resto del mundo es el mejor camino para potenciar el crecimiento económico.
En Chile, este proceso se inició durante el gobierno militar hace casi cincuenta años, con muchos cuestionamientos al comienzo, pero el paso del tiempo y los malos resultados que se observaban en países que optaron por el modelo de sustitución de importaciones permitieron consolidar este cambio de estrategia.
A nivel mundial los vientos soplaron en la misma dirección durante décadas.
A nivel mundial, los vientos soplaron en la misma dirección durante las últimas décadas, y es así como el proceso de globalización de los mercados hizo posible una reconfiguración de las cadenas de valor que, junto con aumentar fuertemente los flujos de comercio internacional, benefició a los consumidores al permitirles acceder a mejores productos y a menores precios.
Lamentablemente, la presión ejercida por los sectores “perdedores” en este proceso, sumada a los conflictos geopolíticos entre las principales potencias, han sembrado las condiciones para introducir prácticas proteccionistas. En el caso de Estados Unidos, tanto Trump como Harris tienen este tema en la agenda.
Si a eso se agregan las leyes promulgadas por la administración Biden con la etiqueta de reducir la inflación (IRA) y de promover una transformación productiva para abordar de mejor forma los efectos del cambio climático (Chips Act), lo que hay detrás es una nueva forma de proteccionismo.
¿Debe Chile transitar por el mismo camino? En absoluto. Una economía pequeña como la chilena debe incluso redoblar esfuerzos por profundizar su integración comercial a través de la suscripción de nuevos tratados y renovando los actuales.