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COLUMNAS

¡Hey, usted, cara dura!

Colaboración

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ONEIDA NAJARRO
Subsecretaria de Comunicación

Sí, usted que durante las horas pico —que son casi todas— ve que los demás hacen cola para incorporarse a un carril, pero no le importa y acelera, aunque no quepa en la vía se deja ir con todo como si los demás estuvieran obligados a cederle el paso.

Sí, usted que, aunque solo haya dos carriles se ubica en el medio con su moto y aparece de la nada obligando al que va en su vía a pegarse a las orillas para no rozarlo.

Sí, usted que con el autobús de pasajeros que conduce anda sonando una bocina estruendosa y que parece nunca terminar. Que con poner a su ayudante en la puerta no pide vía sino solo anuncia que se va a meter en el carril.

Sí, usted que va hablando por celular y ni se fija que su vehículo se está pasando a la otra vía y supone que el de al lado es el que debe poner atención para no rozar el auto.

Sí, usted que, aunque ve un carro averiado en el camino no se digna a darle vía al que se quedó parado atrás.

A usted que le pesa la mano sobre la bocina y supone que para todo es necesario hacerlo. Yo no me haré la santa, pero a lo más que llego es a maltratar dentro del auto, con los vidrios hasta arriba; así que solo yo me escucho.

Eso es un día en el tráfico, el que toca convivir en las carreteras con los automovilistas de vehículos de dos, cuatro y más ruedas. De por sí, son horas difíciles en las que el reloj avanza, no así los autos.

Es como el rodaje de la misma película todos los días y con los mismos actores, entre los que destacan aquellos que hacen el papel de malos, que no colaboran en hacer menos pesado el trajín de ir sentados sin poder estirar las piernas.

El reloj inteligente dice cada cierto tiempo: ¡hora de levantarse¡ y pues no se puede, ni modo que pare el automotor a media carretera. Y qué decir del Waze, siempre lo pongo para saber cuánto durará el viacrucis. Si me dice que llegaré a tiempo al menos me da consuelo, por momentos.

No son minutos, son horas las que se pierden en el tráfico, tanto así que da tiempo a escuchar programas radiales completos, listas de música, revisar correos, peinarse, arreglarse y hasta comer. Sé de algunas personas que, con tal de ahorrarse la pesadilla, salen cuando aún está oscuro, llegan temprano a su destino y aprovechan para dormir dentro del carro antes de presentarse al trabajo.

Estudios han demostrado que estar atorados en el tráfico constituye una de las actividades más desagradables para las personas; además del tiempo que se pierde, también aumentan los niveles de estrés.

La percepción de estar estancado es algo que contribuye a la ansiedad porque se siente que no se puede hacer nada para cambiar esa situación.

Así que como dice mi mamá: Hágase la volada. Mientras llegan medidas para desfogar el tráfico, colaboremos y alivianemos la carga con nuestras buenas actitudes al volante.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

El talón de Aquiles en la era digital

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Christian Bradna

[email protected]

Socio ITO Agexport

Hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo, parejas, tienen hoy un móvil en la mano. En él manejan aplicaciones del banco, contactos, chats familiares, chats empresariales, fotografías privadas, redes sociales, aplicaciones de música, correo electrónico y drives compartidos.

El móvil es hoy una extensión de tu mano, de tu trabajo, de tu vida familiar y personal.   Un ataque cibernético puede llevarte no solo a perder tu información, sino a que puedas perder tus ahorros bancarios, tus fotografías circulen modificadas en sitios de pornografía, tus amigos sean estafados, tus redes sociales invadidas y bloqueadas, tus chats expuestos, etc.

Un hacker logra penetrar tu móvil por errores humanos o configuraciones inseguras.

¿Entonces, qué pasa cuando eres víctima de un ataque cibernético? ¿Cuáles son los riesgos? ¿Cómo mitigarlos ¿Cómo logran penetrar tu móvil?

Empecemos con el principio, un hacker logra penetrar tu móvil por tres razones:  vulnerabilidades en el software, errores humanos o configuraciones inseguras. En este artículo me enfocaré en el segundo: errores humanos. 

Entre ellos encontramos bajar aplicaciones maliciosas a tu móvil.  Cuando no descargas la aplicación de la tienda oficial, sino de un sitio web o de tiendas de aplicaciones no oficiales, tienes una alta probabilidad de que esa aplicación contenga malware y por lo tanto te puedan robar datos, rastrear actividades o controlar tu teléfono.

Phishing.  El hacker envía correos electrónicos, mensajes de texto o enlaces falsos que parecen provenir de fuentes confiables (como bancos o servicios conocidos). Si el usuario hace clic en el enlace e ingresa sus credenciales, el hacker obtiene acceso a su cuenta.  Este ha sido uno de los más utilizados en Guatemala, y en el que miles de usuarios han caído en la trampa.

Es el más utilizado por hackers que buscan tus credenciales de cuentas bancarias para luego sacar el dinero vía transferencias a otras cuentas.  Un mecanismo similar ocurre con mensajes SMS que te puedan indicar que hagas clic en un enlace o que descargues un software infectado.

Redes Wifi públicas. Son una fuente de hackeo importante, muy sencillo de hacer para un hacker y muy peligroso para tu móvil. Evítalo instalando una VPN en tu móvil y teniéndola activa en todo momento. 

Como puedes prevenirlo:

Mantén tu software actualizado.  Instala todas las actualizaciones de seguridad tan pronto estén disponibles. No descargues apps fuera de las tiendas oficiales.

Usa contraseñas fuertes y autenticación de dos factores.  Las aplicaciones de mensajería y de redes sociales ya te ofrecen autenticación de dos factores, actívala hoy mismo.

No te conectes a una red Wifi pública sin una VPN. No hagas clic en ningún enlace desconocido o en correos electrónicos, mensajes de texto, fotografías o videos de redes sociales.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Balduino: un hombre singular 

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Álvaro Ferrary 

Profesor de Historia Contemporánea

No son pocos los belgas que ven en Balduino I (1930-1993) la imagen de un santo. Por esto el anuncio del papa Francisco de iniciar el proceso de beatificación del fallecido rey no ha causado demasiada sorpresa. Tampoco resulta sorprendente el anuncio si consideramos la incuestionable singularidad del personaje.

La infancia de Balduino fue agitada. A los cinco años perdió a su madre, la reina Astrid. Apenas cuatro años después se producía la invasión alemana de Bélgica. Este acontecimiento iba a provocar una profunda crisis, conocida como la “cuestión real”.

A ella se llegó como consecuencia de las fuertes críticas lanzadas contra el rey Leopoldo III por su conducta durante estos años de ocupación y de guerra. Se le criticaba por su escaso espíritu de lucha, saldado en una abdicación prematura.

También por su decisión de quedarse en Bélgica y no haber optado por el exilio en Londres, como otros monarcas. Pero sobre todo se denunciaban sus silencios y sus muchas ambigüedades. La desafección hacia la corona se vio tan extendida que la familia real hubo de residir en Suiza. No pudo regresar hasta 1950, una vez celebrado el referéndum sobre el futuro de la monarquía.

Desde el principio, el objetivo del joven rey consistió en tender puentes.

El apoyo a la corona había sido tan exiguo que la vuelta del rey fue seguida de violentos disturbios. Leopoldo calibró bien la situación y abdicó en favor de su hijo mayor. Con solo con 19 años, y sin apenas experiencia, Balduino se ponía al frente de un país muy convulso y dividido.

Desde el principio, el objetivo del joven rey consistió en tender puentes y en acercar posiciones. Para mantener unido al país, asumió muy personalmente el papel de mediador entre flamencos y francófonos. Le fue de gran ayuda desenvolverse con fluidez en ambos idiomas.

Una actitud semejante exhibió en relación al imperio colonial belga. Puso todo su esfuerzo por acelerar los procesos de descolonización. Con ese fin, en diciembre de 1959, desoyendo los consejos del gobierno, viajó personalmente a la antigua Léopoldville (hoy Kinsasa).

Sin embargo, ni en el primer caso ni en el segundo logró que las cosas acabaran respondiendo del todo a sus sinceros deseos de paz y de concordia. Lo que sí consiguió fue fortalecer su imagen pública. Lo logró a base de tesón y de sacrificio.

Balduino rara vez se sentía “fuera de servicio” (incluso durante su tiempo libre). Su honestidad era proverbial, así como su capacidad de trabajo. No fueron muchos los ministros que consiguieron estar a su altura.

Esto sin duda le sirvió para ganarse el respeto de muchos de sus antiguos críticos. Balduino podía tener arranques de mal genio cuando percibía que no había sido bien informado en algún tema; lo que podía conducir a errores y provocar decisiones injustas.

Servir a los belgas se había convertido en su pasión. Pero no a costa de actuar en contra de sus principios. Eso mismo iba a quedar claro en abril de 1990, cuando decidió abdicar del trono “por un día” antes que firmar una ley que legalizaba el aborto.

“¿Acaso la libertad de conciencia se aplica a todos excepto al rey?”, se peguntaba Balduino en una carta que remitía al parlamento. La clase política del país se sintió consternada. Pero la mayoría de sus súbditos mostraron su respaldo al monarca, con independencia de que apoyaran o no la ley. 

En aquellos delicados momentos también contó Balduino con el inestimable respaldo de Fabiola de Mora y Aragón, la aristócrata española con la que se había casado en 1960. La pareja real siempre estuvo muy unida por una intensa devoción católica; además de por su compromiso con las personas con discapacidad.

Colaborador DCA
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COLUMNAS

Entre el caos y la eternidad (I)

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Malena Cortizo Álvarez

Revista Nuestro Tiempo 

Para vivir en Roma se necesita paciencia más que cualquier otra cosa. Cuando no llega el autobús que tendría que haber pasado hace veinte minutos. Cuando hay que cruzar la calle y ningún coche se detiene. Cuando es imposible entrar en un museo, una iglesia, un restaurante o una heladería sin hacer cola detrás de 25 alemanes, 10 franceses, 15 asiáticos y 30 españoles.

Cuesta creer que se trata de una de las cunas de nuestra civilización. Los antiguos romanos inventaron las alcantarillas, las carreteras, los acueductos, la cerámica, el doble acristalamiento, la calefacción, la encuadernación. En esas calles eclosionó la cultura occidental tal como la conocemos hoy.

En esas calles eclosionó la cultura occidental, tal como la conocemos hoy.

A los romanos a secas, los de ahora, les gusta pitar fuerte si alguien ha aparcado en doble fila, llevar pantalones muy blancos y muy ajustados, pelearse por las desventuras del AS Roma o el SS Lazio, beber cafés muy pequeños y comer pizza muy fina vendida al peso en porciones cuadradas. .

Si al pisar Roma pensaba sumergirse en el idílico escenario de una película con Audrey Hepburn y Gregory Peck, no se engañe. Las gaviotas acuden hasta la ciudad para alimentarse en los cubos de basura al borde de la explosión. Y le reto a que suba a un autobús en un día caluroso sin desmayarse o descubrir perfumes que nunca creyó químicamente posibles.

¿Qué es una pelea de gaviotas por un trozo de pizza cuando tienes delante el Coliseo? Roma está llena de mugre, pero también de monumentos y lugares de interés que visitar. Si se atreve. Para entrar en la basílica de San Pedro, la cola da dos vueltas a la plaza.

Al pasear por el parque Villa Borghese, los vendedores de pulseras podrían atarle una a la muñeca de improviso y obligarle a pagar dos euros. Idéntico peaje que deberá desembolsar en algunas iglesias para que los focos iluminen los majestuosos plafones o cuadros de Caravaggio. Dos euros por minuto. De lo contrario, las obras quedan sumidas en la oscuridad.

Vi Roma por primera vez de noche. La tarde de febrero en la que llegué, mi amiga italiana Angelica me llevó al Jardín de los Naranjos, un famoso mirador. 

La penumbra no nos impidió observar el Castel Sant’Angelo y la cúpula de San Pedro. «Para mí, Roma es de este color», me dijo, señalando las luces naranjas que realzaban los numerosos monumentos.

Naranja como la fruta regordeta que se asoma en febrero. Como un vaso de Aperol Spritz. Como un supplì, una bolita de arroz y mozzarella empanada y frita (la versión romana de la croqueta). Como los ponchos de plástico que compran desesperadamente los viajeros sorprendidos por la lluvia de abril. Como el antiguo hormigón del Coliseo al reflejarse en él los últimos minutos de sol.

No es fácil describir cómo pasa el tiempo en Roma. Los días parecen largos, pero anochece antes de que uno se dé cuenta. Coches y motocicletas circulan a toda velocidad por calles estrechas. Cuando el tráfico abandona la carretera principal, los autobuses aceleran. Los turistas corren detrás de la banderita de su guía, que les ruega que se apuren. 

De repente, el tiempo se paraliza. Uno se equivoca de camino y se topa con ruinas y monumentos bimilenarios. Donde antes se levantaban acueductos, el agua mana de las fuentes esperando a que alguien se acerque a beber o a sumergir los brazos. Los gatos deambulan entre los vestigios de termas y templos hasta quedarse dormidos a la sombra de columnas ancestrales.

Roma ya no es la gloriosa capital de un imperio, ni la fabulosa metrópoli de las películas de Hollywood. Puede que no luzca tan elegante como uno se la imagina al bajar del avión, pero posee una belleza propia, fuerte, de casi tres mil años. En medio del caos, uno alza la vista hacia la ciudad y no puede evitar admirarla. Roma tiene infinitas facetas. Por eso brilla. Por eso es eterna. 

Colaborador DCA
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