*por Allan Martínez
Colors, el décimo disco de Beck Hansen, circula desde hace un mes en este mundo. El músico se caracteriza porque cada material que saca es un universo aparte lleno de ritmos, propuestas y estados mentales que rayan la locura inocente del humor blanco con algún arrebato romántico.
Beck ha sido de los artistas que combinan retro, vanguardismo y disco de una forma divertida. Colors huye de su intensidad musical y lírica, como en Sea of Change o el multilaureado Morning Phase. Aquí hay pop estilizado con un poco de guiño tecno japonés y europeo en antro de Abu Dabi. Cosmopolita sí, Colors patea malos pensamientos y los defenestra sin piedad. Que entre la fiesta.
Cuando esto sucede, se sospecha que un álbum para fiesta no dice nada; sin embargo, hay algo más que un punchis punchis rabioso y technotroso en Colors. También se puede decir, que un material así se hace rápido y sin mucho esfuerzo. Para ello, tenemos que entender a Beck y, si lo hemos seguido desde sus inicios, sabemos que el sonido retro de la placa conquista fácilmente como aquel Odelay de hace 21 años, con toque superespía tipo Austin Powers en la Inglaterra plástica del final de los 60.
Beck no se ha destacado por su fascinación lírica, pero su esencia es 100 por ciento pop. La letra, insisto, está envuelta en pop romántico con frases que encajan con la música, pero de pronto atacan con un riff picante. También hay ritmos de reggae y rockeros sumergidos en un aura de atmósferas lisérgicas y bailables.
Otra de las cosas fascinantes de este pop rockero-bailable es la voz de Beck, groovie, hiphopera, enérgica y melodiosa. Lo peor es bailar sin tener qué cantar, y por ello, invita a aprenderse las canciones en una sentada.
Colors arranca la producción y, desde aquí, sabemos cómo irá. Su letra aspiracional va en busca del amor y la libertad. Seventh Heaven aumenta el ritmo, añade guitarras y el pop de frases cae como brea en la mente. I’m So Free sigue el camino, pero más ruidosa. Dear Life baja la intensidad a un tono más existencial: “Dear Life I’m Holding On, How long must I wait, Before the thrill is gone”.
No Distraction es rock setentero de signos de paz que se pasean en la mirada, y bailar y bailar. Dreams desborda positivismo. Es el antídoto casi, aunque habría que dosificar según el paciente, para todo aquel que se refugie en la película Eat, Pray, Love.
En Wow, así de profundo el título, es Beck en un reggae hilarante. Es un tío que baila el robot a media sala de la casa, ebrio. Up All Night rola guiada por el aplauso y la noche especial de amantes que saltan en la cama. Hey es divertido. Square One es un viaje entre el despecho, la fiesta y un frenético compás. Fix Me es la balada del disco y el cantautor pide amor urbano en un etéreo coro de confesión.
Colors no es más que un álbum para divertir. Nada más. No es pretencioso, ni promete tratados filosóficos mentales. Son confesiones puras que combinan con un techno colorido y de acciones cursis.