Dr. Jorge Antonio Ortega Gaytán
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La inteligencia ahora es artificial y no natural, como debería ser. Es más rápida que la luz, precisa y exacta como un reloj suizo, sin errores aparentes, oficiosa, resuelta, servicial como nuestra maestra de párvulos, pero menos humana, por lo tanto, menos real. Se acabó la imaginación, aclaman los futuristas, la creatividad no es necesaria y se da por sentada.
Hoy está resuelto el problema de la vida terrenal desde la planificación de la concepción hasta la cremación, o quizás es posible que nos encontremos en el umbral de la eternidad con la promesa de la mutación hacia seres digitales y el abandono de nuestra cárcel corporal.
Todo, absolutamente todo, lo resuelve, dejamos de usar lo maravilloso del cerebro por nuestro dispositivo electrónico disponible, nos encadenamos a la red permanentemente. Nuestras neuronas se desconectan con mayor rapidez, ya no es necesario llegar a la edad en que esto sucedía y se le nombraba: demencia senil.
Ahora, contar, restar, dividir o multiplicar es una carencia del humano, no se diga el uso de la memoria, está vacía, es inexistente, se da por ausente en todo sentido y a toda hora, es algo que pasó de moda, ya no tiene importancia y, si no tenemos memoria, ¡no existimos!, afirman los poetas.
Si no tenemos memoria, ¡no existimos!, afirman los poetas.
Ahora formamos redes exocerebrales conformadas por prótesis simbólicas que se prolongan con el lenguaje de cifra, ceros y unos, en igual forma la música, el arte y las memorias artificiales que nos permiten guardar inmensas cantidades de información (imágenes, videos, textos y otros), por lo tanto, cada día nuestra conciencia es invadida por miles de miles de algoritmos.
El planteamiento del futuro se encamina a determinar que el ser humano tendrá una existencia artificial, esto como producto de las amenazas globales que se han intensificado en el tercer milenio, y se hace necesario establecer las formas de escapar de nuestro estado biológico.
Algunos ven esta proyección como amenaza, pero realmente el peligro radica en el uso que le demos a esta nueva dimensión de la civilización.
Así como en el pasado y el uso de los artefactos que nos permitieron el pervivir, como el cuchillo de pedernal que luego se constituyó en un arma blanca con sus consecuencias nefastas para los humanos, y de igual forma podríamos mencionar muchos más.
Pero nuestra realidad actual es otra, de mayor impacto para la existencia de los terrícolas, estas prótesis están modificando nuestro actuar y nuestro pensamiento, nos estamos sumergiendo en las profundidades de un nuevo universo con una infinidad de variantes y alternativas en busca de la vida plena con placebos digitales instantáneos.
La incertidumbre no es hacia dónde vamos, sino cómo lograr identificar lo real de lo digital, el dilema se complica cada día más con la incursión incesante de la inteligencia artificial en nuestro quehacer diario, y nos desafía en lo ético, con la moral y el deseo de estar realmente vivo, ser humanos, sin depender de las prótesis que ahora gobiernan nuestro ir y venir, en la selección de nuestras alternativas, inclusive de nuestras parejas, porque si antes se expresaba que entre la tierra y el cielo no hay nada oculto, hoy con las redes sociales es imposible cubrir con el olvido alguna fechoría o acto cotidiano.
Lo sorprendente es la comodidad del uso de las diversas aplicaciones que facilitan la existencia, el acceso a la información en el momento exacto, al conocimiento humano en milésimas de segundo, el tener control de nuestro cuerpo y su desempeño, la comunicación a cualquier latitud del mundo, de hecho, de lo primero que instalaron en el planeta Marte fue internet, debido a que la migración hacia él es
irreversible.
Se hace necesario repensar el hecho de ser humanos, preparar a las nuevas generaciones para asumir los desafíos de un futuro incierto con la presencia permanente de la inteligencia artificial.