Es en esta Semana Santa donde tiene sentido el concepto de fiesta nacional, aquella que involucra sin importar credos.
Ha intentado circular por los centros urbanos del país en Viernes Santo? ¿Por el Centro Histórico de La Antigua, Quetzaltenango, Cobán o la Nueva Guatemala de la Asunción, después del inicio de los días santos? Si no lo ha hecho y no comparte el gusto por las actividades tradicionales de la Semana Santa guatemalteca, no lo haga; seguramente su tránsito se convertirá en la extensión del mismo calvario que se representa sobre las andas.
Pero si su ánimo y su criterio están dispuestos a sumergirse en un mundo que linda lo surrealista, el realismo mágico o lo real maravilloso, al mejor estilo de Dalí, Asturias o Carpentier, ármese de paciencia y recorra con los cinco sentidos dispuestos a captar cada resquicio de la deslumbrante Semana Santa de Guatemala, la que ha fascinado a millones de personas que con fe, alegría o simplemente con curiosidad, se han acercado a ella por medio de los más de cuatro siglos de historia que posee.
Es en esta Semana Santa donde tiene sentido el concepto de fiesta nacional, aquella que involucra sin importar credos, posiciones económicas, culturales o étnicas. La estética de esta celebración posee variantes dispares, pero al mismo tiempo vinculadas, que cualquiera puede comprender que está sucediendo con solo dejarse llevar por las circunstancias de los momentos que vive. Aún si el lugar escogido para vivirlo es Santiago Atitlán con su culto a Maximón y sus singulares manifestaciones de culto católico aderezados con resabios de milenarias costumbres mayas.Aunque las características mayas son llamativas, no se puede olvidar que el pueblo mestizo, garífuna y xinca también aportan sus versiones sobre las creencias y las tradiciones.
Tampoco importa la latitud geográfica; así sea en el frío de Chiantla o Nebaj; en medio del calor húmedo y sofocante de la noche costeña en San Juan Bautista Suchitepéquez o el seco y exasperante de Guastatoya, la Semana Santa de este “envoltorio mágico”, es la ocasión para que armados de paciencia todos puedan disfrutar de la experiencia antropológica, que sin necesidad de conocer sobre la teoría de esta ciencia, convierte a todo el mundo en objeto y sujeto, actor y espectador de una fiesta de raíces y manifestaciones épicas.
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