miércoles , 27 noviembre 2024
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Aquello de lo que uno nunca se jubila (III)

Juan de la Borbolla Rivero 

Revista Nuestro Tiempo 

María Elena, que tenía ascendencia española, ya había vivido un tiempo en este país. Yo estaba versado en la historia de México y de España, pero el contexto en el que formamos nuestra familia quedó para los anales. Recién instalados en Pamplona, seguimos de cerca el nacimiento de la Constitución. 

La democracia se abría paso resistiendo los embates del terror. Con nuestro primer hijo en brazos, a principios de octubre del 79 nos inquietamos al conocer que ETA había atacado las oficinas de la Editorial Universitaria (Eunsa). Y el 12 de julio de 1980, a solo cuatro días del primer cumpleaños del pequeño Juan Mariano, otro artefacto explotó en el edificio central. Como supe más tarde, ese año fue el más sangriento de la historia de ETA.

En la Facultad de Comunicación también tuvo un gran impacto el atentado que sufrió el 22 de agosto el exprofesor y director de Diario de Navarra, José Javier Uranga, que sobrevivió a más de veinte balazos. Con estos recuerdos impresos en la memoria, decidimos volver a México cuando me doctoré.

En nuestra familia, el paso por la Universidad de Navarra nos ha transformado en un sentido más profundo. 

En noviembre de 1980 inicié una nueva etapa en la Universidad Panamericana. Primero en el campus de Ciudad de México, a cargo de cuestiones académicas y de dirección en la entonces escuela (hoy facultad) de Derecho. Luego en Guadalajara, adonde María Elena y yo nos trasladamos en noviembre de 1984 con Juan Mariano, que tenía dos años, y Fernando recién nacido.

En la llamada Perla de Occidente, la institución acababa de inaugurar un nuevo campus y allí desarrollé mi trayectoria profesional las siguientes décadas. Después de ejercer como subdirector general y fundador de las escuelas de Derecho y Comunicación, en 2008 me nombraron rector, cargo que desempeñé hasta 2018. 

En aquella época, tuve además el honor de presidir durante dos años Fimpes, la federación que agrupa a las ciento diez universidades privadas más importantes de México. Como broche a mi carrera, en agosto de 2018, ya viudo y jubilado, regresé a Ciudad de México, donde me confiaron dirigir la Oficina de Información del Opus Dei hasta 2020.

Con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, he podido darme cuenta de que el PGLA constituyó la base para las cosas fundamentales que vinieron después. Y algo de esa atmósfera especial de Navarra debieron de percibir mis hijos, porque eligieron vivir esa experiencia. Juan Mariano se especializó en la Facultad de Medicina y se enamoró de Teresa Rojo. Fernando estudió Comunicación y conoció a Paula Ibáñez. Y María José, graduada en Derecho por la Panamericana, pasó un semestre de intercambio en Pamplona y cursó el Máster en Matrimonio y Familia en 2014. 

Durante la etapa en el campus los estudiantes florecen, pero, en nuestra familia, el paso por la Universidad de Navarra nos ha transformado en un sentido más profundo. Padres alumni, tres hijos alumni, dos nueras alumni, ocho nietos… Bueno, eso está por ver. Lo que nadie me quitará nunca de la cabeza y ni del corazón es el enorme amor y agradecimiento que le tendré hasta mi último suspiro a esta institución animada por el espíritu de San Josemaría.

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