El 2020 ha pasado a la historia como el año de la pandemia del Covid-19. Sin duda, este acontecimiento ha afectado nuestras relaciones sociales diversas, incluyendo el ámbito de la cultura. Precisamente, el 13 de marzo hemos cumplido un año desde que se detectó el primer caso oficial del coronavirus SARS-CoV-2 en Guatemala, coincidiendo con el tiempo de Cuaresma.
Era el Tercer Viernes del calendario litúrgico cuaresmal y, al día siguiente, sábado 14 de marzo, quedaban suspendidas por disposición de emergencia por parte del Estado todas las actividades que significaran aglomeración de personas. Y, por supuesto, eso incluía las tradicionales procesiones. Se generó mucha incertidumbre, llegándose incluso a pensar que había posibilidades de que todo pasara en cuestión de pocas semanas, pero no fue así.
Doce meses después seguimos en una situación sanitaria mundial, que si bien es cierto nos permite manejar mejor el problema, no quiere decir que lo hemos superado.
Las medidas de prevención y algunas de ellas restrictivas, continúan. En lo que respecta a la tradición de conmemorar la Semana Santa, de las formas en que históricamente se han hecho desde la diversa religiosidad que existe en nuestro país, hemos visto alteraciones, porque no se puede poner en riesgo a nadie.
Antes de 2020, los años que no hubo procesiones en Guatemala se registran durante la Época Colonial.
Un cortejo procesional convoca y congrega a muchas personas, tanto organizadores y participantes directos como observadores que pueden ser feligreses o no, convirtiendo el evento de cualquier manera en algo masivo. Por ello, en 2021, el Arzobispado de Guatemala tomó la decisión de que no saliera ninguna procesión, al menos en las áreas en donde más casos de Covid-19 se registran, y fundamentalmente donde la Semana Mayor se lleva a cabo con rituales que invitan a muchísimas personas.
Y, aunque en 2021 estamos viviendo otras posibilidades respecto al año pasado (visita a las imágenes y a los altares de velación, asistencia a conciertos de marchas fúnebres, exposiciones, presentaciones de libros y pequeños cortejos intramuros, todo esto con medidas adecuadas de bioseguridad por hermandades y asociaciones, así como por los grupos organizadores diversos; e incluso algunas procesiones pequeñas en lugares donde no hay altos casos de coronavirus), sin duda el 2020 fue muy difícil e histórico a la vez.
Antes de 2020, los años cuando no hubo procesiones en Guatemala se registran durante la Época Colonial, y nunca pensamos vivir una Semana Santa sin los rituales tradicionales, religiosa y no religiosa, en la actualidad. Los años 1700, 1718 y 1774 son los que se registran como de suspensión total. El primero, por razones políticas de disputas entre la Corona y el Capitán General del Reino de Guatemala, por lo que este prohibió las actividades de Semana Santa para que no se le diera un golpe de Estado; mientras que las otras dos veces fue por terremotos durante dichos años. Por lo tanto, lo de 2020 ha sido un gran impacto cultural, social y económico respecto a la Semana Mayor.
Sin embargo, a pesar de que tuvimos que resguardarnos, mucha gente salió a adornar sus puertas, ventanas, balcones y cuadras, así como atrios de iglesias, demostrando que la esperanza se fortalecía y la religiosidad popular es fundamental. Esto lo registramos en una publicación que coordinamos desde los Cuadernos Temáticos del Instituto de Investigaciones de la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac), titulado Reflexiones sociales sobre la Semana Santa guatemalteca en el contexto de la pandemia del Covid-19. Escribimos 14 personas, desde diferentes perspectivas de las ciencias sociales y las humanidades, acerca de cómo se vivió el contexto.
Se trata de un documento histórico y lo ponemos a la orden de ustedes. Se encuentra en el sitio web del Instituto de Investigaciones de la Escuela de Historia, o me lo pueden solicitar al correo [email protected] y con gusto lo enviaremos en formato PDF.