miércoles , 27 noviembre 2024
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Antibióticos y gripe

Por: Gabriel Reina Gonzalez
Especialista en
microbiología clínica
Universidad de Navarra

La incorporación de los antibióticos a nuestra vida diaria constituye uno de los hitos de la Medicina moderna. Avances tan significativos como los trasplantes, las grandes cirugías o la lucha contra el cáncer se han podido conseguir, en parte, gracias a estos compuestos.

Sin embargo, ya desde el inicio, el propio descubridor de la penicilina (Alexander Fleming) alertaba de que el empleo inadecuado de estos fármacos podía facilitar la aparición rápida de bacterias resistentes a los antibióticos. Este fenómeno se ha ido incrementando, y el arsenal antibiótico acumulado durante décadas se está agotando.

Hay diferentes actores implicados en este fenómeno de aparición de bacterias resistentes. Pacientes, médicos y farmacéuticos tienen un papel fundamental en el uso óptimo de estos fármacos. Tomar antibióticos no recetados por el médico, o no finalizar el tratamiento prescrito por el facultativo, son situaciones habituales que impiden la desaparición completa de las bacterias que causan la infección. Precisamente así se origina la supervivencia de algunas de ellas, y la posibilidad de que se conviertan en bacterias resistentes a ese medicamento. Este problema, además, no afecta solo a ese paciente puntual: a partir de él, las bacterias resistentes se transmiten a otras personas. El fenómeno también está ligado a la industria alimentaria, debido a la excesiva exposición de los animales a los antibióticos, lo cual facilita el consumo de bacterias multirresistentes en los productos que ingerimos. Los antibióticos –y esto debe quedar bien claro– no son analgésicos, ni antialérgicos, sino medicamentos que únicamente pueden eliminar bacterias. Uno de los errores más frecuentes en nuestro entorno es utilizar estos compuestos para curar enfermedades frente a las que no son activos. Los antibióticos, al igual que no son eficaces para tratar la depresión o la diabetes, tampoco lo son para tratar infecciones virales, como la gripe o el resfriado.

En Europa, 1 de cada 3 ciudadanos piensa que la gripe se puede curar con antibióticos. Antibióticos y gripe resultan, por lo tanto, una mezcla imposible. Dos elementos incompatibles que no debemos poner en contacto. La mejor estrategia para disminuir el impacto de la gripe en nuestra sociedad es la vacunación frente al virus. Más de 300 millones de personas en el mundo reciben cada año este pinchazo que salva vidas. Al igual que los antibióticos, la vacuna frente a la gripe se halla disponible desde hace más de medio siglo, y permite reducir de forma segura y eficaz el número de muertes provocadas por este virus. En este momento, la mortalidad causada por bacterias resistentes a los antibióticos se está descontrolando. Algunas previsiones indican que podría superar las cifras de fallecidos por cáncer. Al mismo tiempo, disponemos del conocimiento y las estrategias para actuar contra el problema, como se viene haciendo desde el Plan Nacional de Resistencia a los Antibióticos. No obstante, se requiere del esfuerzo de todos para emplear mejor los antibióticos de los que disponemos. Si permanecemos estáticos, si dejamos que las bacterias multirresistentes sigan proliferando, podríamos retroceder un siglo, volver a la era preantibiótica, donde lamentablemente una infección cualquiera podía ser mortal.

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