miércoles , 27 noviembre 2024

Dr. Jorge Antonio Ortega G.

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Luego de la victoria de las armas guatemaltecas frente al ejército aliado de Honduras y El Salvador y una segunda intervención militar del Ejército de Honduras llego una paz condicionada a Centro América, debido al liderazgo ejercido por el capitán general Rafael Carrera el cual gobernaba el Estado guatemalteco e influía en las administraciones políticas
centroamericanas.

El fallecimiento de Carrera y la sucesión del poder político y militar al mariscal de Campo Vicente Cerna provoca inconformidades en los connacionales y se fragua un movimiento encabezado por Miguel García Granados y Justo Rufino Barrios que culmina con éxito el 30 de junio de 1871, terminando la hegemonía de los conservadores en el poder desde la proclama de la independencia de la Corona Española.

Contamos con el relato de don Domingo Diéguez, (él firmo el acta de independencia) presenció el evento en forma integral y el cual traslado a los lectores por ser un hecho trascendental en el pasado nacional que cambió el rumbo de los guatemaltecos hacia la un nuevo proyecto de nación.

”La libertad no necesita de sangre para florecer.“

“Pocas noches he visto más serenas y transparentes que la del 29 de junio de 1871. La luna brillaba hermosa en nuestro cielo, y la capital tranquila apenas se oían los pasos de las escuadras de los patriotas que habían tomado las armas para velar por el orden. Don Luis Bográn, que después fue presidente de Honduras y que entonces seguía en esta capital la carrera de abogado, fue nombrado capitán de uno de aquellos batallones. A la mañana siguiente, 30 de junio, la población que se había levantado muy temprano vio tremolar la torres de la ciudad multitud de banderas blancas, en señal de paz y libertad.

El pueblo en forma de avalancha se lanzó hasta a extramuros de la capital. Llenaba toda la gran calzada que viene desde el Guarda Viejo hasta la Plaza de Armas. Jamás ha visto la capital mayor regocijo. Ese día se cantó y lloró, todo de alegría. Ese día se oyeron cantos patrióticos que surgían espontáneos del fondo de los corazones; ese día, en fin, alboreó espléndida y hermosa luz de la Nueva Buena en nuestro país; esa luz de libertad que tanto trabajo nos ha costado mantener encendida, y que tantos sacrificios ha costado al país. 

El General Zavala, ya muy decaído entonces, entregó a García Granados en la Plaza de Armas las llaves de la ciudad; y así quedo terminada la revolución armada. García Granados y los suyos se dirigieron al Palacio, desde cuyas ventanas fueron objeto de una entusiasta ovación por parte del pueblo que también llenaba la plaza.

Yo, como joven curioso y entusiasta, estaba cerca de ellos entre un grupo de patriotas. El héroe estaba gozoso al ver coronada su obra de manera tan espléndida. Un hombre imprudente, en su entusiasmo ciego, lanzó gritos de muerte contra los vencidos que apenas fueron contestados. Mas el varón ilustrado, volviéndose airado, impuso silencio diciendo: “No, No. Callad, muerte a nadie. La libertad no necesita de sangre para florecer, y es muy grande y muy glorioso este día para empaparlo con esos gritos.”

Mr. Succa, un francés entusiasta que se hallaba al frente de otro de sus paisanos de buena casta, y todos nosotros, vitoreamos al héroe acallado con nuestros gritos la única nota discordante de aquel día.

En la catedral, en donde se canto el te deum en acción de gracias, García Granados prometió al arzobispo Pinol, que estaba preocupado por los suyos, toda clase de garantías.” 

Ese día se inicia una nueva época para los guatemaltecos en la cual el progreso y el desarrollo serán los derroteros de la administración política de los liberales. 

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