En 1925, el premio Nobel de literatura, Miguel Ángel Asturias, envió una carta al Consejo Directivo de la Universidad Popular. A continuación citamos el texto original extraído del libro Miguel Ángel Asturias, París 1924-1933, Periodismo y creación literaria.
Consejo Directivo de la Universidad Popular de Guatemala: Con el tercer año de labor, La Universidad Popular entra en la época de su definitiva fundación. Sin el optimismo de las primeras horas, sin el optimismo de la hora presente y sin el optimismo de todos los instantes, la Universidad habría muerto. Ella es, antes que todo, la obra optimista de generaciones nuevas, largamente experimentadas en el dolor de los fracasos nacionales.
Decir los nombres de todos sus colaboradores es casi imposible. Este dirigió, contribuyó, enseñó, simpatizó; aquel guardó su maledicencia, la defendió junto a los poderosos, detuvo su odio, la dejó estar, que era lo menos que podía pedirse. Y todos la ayudaron a vivir, creyentes y descreídos, adictos y extraños. Lo que hace tres años no era sino un sueño acariciado como algo imposible, a la fecha es viva realidad que vemos, sentimos y gozamos. Lo que para tantos fue una quijotada, alarde de locos, de niños, poetas y estudiantes, escándalo de periodistas, a la fecha es, existe con vida propia en carne y espíritu,
dependiente directamente de las voluntades que dieron vida, porque ya son más, muchos más quienes la mantienen.
De aquí que la Universidad Popular sea el ejemplo de fe y esperanza que las más jóvenes generaciones de Guatemala levantan al porvenir. Su labor espiritual intensa es producto de la conciencia activa y batalladora que en América nos está enseñando a conocer y comprender la verdadera situación de nuestros medios sociales y a resolver sus problemas por acción directa sobre los propios medios. La Universidad Popular es un símbolo de vida y esperanza frente a los descreídos, a los abúlicos y a los negativos que tanto acto hacen con sus quejas y murmuraciones de rastacueros.
A diario se nos hace saber la necesidad existente de trabajar en colaboración para resolver nuestros problemas, pero estas frases no tienen trascendencia por la falta de educación moral del pueblo. Sin embargo, ya es hora de enterarse de la responsabilidad que no corresponde a gobernantes y gobernados frente a las generaciones venideras, de nuestra actuación políticosocial en lo que se refiere a los problemas de la vida nacional. Hay que desnudarse las manos, acaso adormecidas en la regalada estancia de los gabinetes, para trabajar nuestra casa que se está cayendo por falta de cuidado.
No han sido únicamente los gobiernos los culpables de nuestro atraso: con ellos han sido asimismo culpables, en mayor escala quizás, el señor; la señora y el señorito que no se acordaron de enseñar a su sirviente ignaro; los militares que no se han preocupado de instruir a los indios que prestan su servicio; y el clero que no ha fundado una escuela en cada iglesia; el protestante y el evangelista; el abogado y el médico -parásitos sociales-; el jefe del taller o de obra que no se ha ocupado de fundar escuelas para sus operarios; el agricultor; el padre de familia, etcétera. Ningún guatemalteco puede decir: yo no tengo la culpa, pues la responsabilidad es general y hay que reconocerlo así, aceptémosla con dolor de enmienda.
Fácil, sin embargo, es constatar que, al margen de la queja diaria, la Universidad Popular, en su modestia, ha venido a ser un cauce fecundo: Así lo reconocen todos, en ella se preparan las generaciones obreras del mañana. Hombres que no solo aprenden a leer, escribir y contar, sino lo más importante, a ser hombres. Es decir, a ocupar su puesto en la democracia política a que pertenecen, como ciudadanos; a cumplir sus deberes en el pequeño círculo social de su taller, deberes de solidaridad, y a cumplir en el sagrado refugio de sus hogares, como buenos esposos y padres de familia ejemplares y dignos.
Si la Universidad ya está fundada, si su obra trasciende en forma bondadosa a las clases humildes, ¿por qué no ayudar? ¿Por qué ser indiferentes? La cooperación es forzosa, de otra manera sucedería en pequeño lo que pasa con nuestros gobiernos, cuya labor es dolorosa e inútil porque en ella no cooperan los guatemaltecos: los padres de familia que viven ricamente, los de la clase media y los que deben hacerse cargo del gran bien que a sus hijos y a Guatemala hace la Universidad Popular. Ah, si nosotros hubiéramos vivido y nos hubieran educado en un pueblo culto… Cuando los pequeños de hoy lleguen a hombres y vivan en un medio social más amplio, sin supersticiones religiosas ni intransigencias políticas, sin prejuicios sociales ni odios mezquinos, sin partidos ni zozobra por sus vidas y hacienda, ¡ah!, cómo bendecirán desde el más hondo silo de su alma a los que algo dieron, algo enseñaron o alguna cosa hicieron en bien de la Universidad del Pueblo.
Colaboremos todos. Ninguna obra humana es producto de un esfuerzo aislado. Los fundadores de ciudades, los constructores de templos y palacios, los sembradores de gramos de oro trabajan en colaboración. ¡Qué bella Guatemala nos espera cuando su pueblo sea culto, trabajador y honrado!…
Al cumplir la Universidad tres años de vida, espiritualmente me uno al regocijo de sus dirigentes, al de los fundadores y al de los que con ella colaboran, contribuyendo o enseñando.
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