Luis Mateo Díez (España, 1942)
Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.
Corrió el niño a casa del Viejo Arcino que, como bien sabía todo el mundo en Cimares, tenía más edad que nadie.
Hay un forastero que le quiere hablar con mucha urgencia, dijo el niño al Viejo.
Las prisas del que las tiene suyas son, la edad que yo tengo me la gané viviendo con calma, si quiere esperar que espere.
El hombre daba vueltas alrededor de un tilo muy grande que había en la entrada del pueblo. Cuando volvió el niño y le dijo lo que le había comentado el Viejo Arcino, estaba muy nervioso.
Es poco el tiempo que queda, musitó contrariado, una docena más de vueltas al árbol y termina el plazo.
El niño le miraba aturdido, el hombre le acarició la cabeza: lo que menos vale de la edad de un hombre es la infancia, dijo, porque es lo que primero acaba. Luego viene la juventud, siguió diciendo mientras volvía a dar vueltas, y nada hay más vano que las ilusiones que en ella se fraguan. El hombre maduro empieza a sospechar que al hacerse más sabio, más se acerca a la muerte, entendiendo que la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando. De la vejez nada puedo decir que no se sepa.
El Viejo Arcino llegó cuando el hombre estaba a punto de dar la docena de vueltas.
¿Se puede saber lo que usted desea, y cuál es la razón de tanta prisa?…, le requirió.
Soy Mortal, dijo el hombre, apoyándose exhausto en el tronco del tilo.
Todos los somos, dijo el Viejo Arcino. Mortal no es un nombre, Mortal es una condición.
¿Y aun así, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?…, inquirió el hombre.
Prefiero besar a ese niño que darle un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de ese modo ande por el mundo como alma en pena.
Se abrazaron bajo el tilo.
Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del Viejo Arcino. El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.
¿Tanta prisa tenías…? inquirió el Viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía sujetarlo.
No te quejes que son pocos los que viven tanto.
No me quejo de que hayas venido por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver asustado a ese pobre niño…
Composiciones para los más pequeños
Aurora, poemas infantiles fue elaborado por la profesora Marina Emperatriz Camey Amézquita, quien nació en Totonicapán. En el prólogo, del también poeta Luis Alfredo Arango Enríquez, explica que la autora realizó paciente y amorosamente los textos del libro. “Los habrá escrito, supongo, pensando en sus esforzados años de ejercicio docente, cuando pudo constatar la penosa escasez de libros para que los niños se acerquen a esa puerta mágica del alma, que es la poesía; quien no aprende a disfrutarla pierde una fuente de hondura espiritual y es como un ser mutilado que no crece”. Consta de más de 30 poemas dedicados a diversos temas. Su valor es de 35 quetzales, a la venta en el edificio de la Tipografía Nacional de Guatemala.
Versos infantiles expresados en poesía
En Girasol Poemario Infantil, de Otto Melgar, introduce al pequeño lector en el mágico mundo de la palabra, que invita a expresar y sentir emociones de momentos en la niñez hasta la adolescencia.
Acercarse a la poesía para niños es comenzar a arar el camino de la sensibilidad y del goce estético que produce la palabra escrita en el infante.
Ojalá este libro sirva como un instrumento de preparación e introducción en los primeros pasos de apreciación estética de la prosa, obra que viene a aportar su grano de arena a la escasa producción literaria infantil que existe en Guatemala. Este poemario tiene un valor de 15 quetzales, y está a la venta en el edificio de la Tipografía Nacional de Guatemala.