Las angustias de doña María, uno de los personajes centrales del Reporte especial publicado ayer por este diario, deben terminar. Su narrativa, que refleja las preocupaciones que viven miles de guatemaltecos en la búsqueda de medicamentos a precios accesibles, debería ser suficiente para llamar la atención de todos. Sin demoras.
De acuerdo con el trabajo periodístico citado, en El Salvador se encuentran los mismos fármacos que se comercializan en Guatemala hasta un 70 por ciento más baratos. ¿Por qué ocurre tal situación? ¿Qué influye para que haya tanta diferencia en los precios? ¿Qué tiene que hacer el país para que esto ya no siga pasando?
Las explicaciones a estas interrogantes abundan. Y la mayoría de autoridades de los distintos organismos del Estado lo tiene claro, aunque opten por callar. Por dar largas. O, tal vez, porque sus capacidades económicas o las prerrogativas que ofrecen sus cargos les impiden pasar por estas penas. Lo cierto es que se han vuelto insensibles ante el dolor de los connacionales, irónicamente, quienes los eligen o pagan sus salarios.
Pero no todos cierran los ojos. No todo está perdido. Hay algunos que han puesto manos a la obra y enfrentan a ese monstruo de mil cabezas que camina a placer. A sus anchas, sin que nadie les haya plantado cara. Lo expuesto por el presidente Bernardo Arévalo pone en perspectiva el afán del Ejecutivo de frenar esos abusos. De parar la indolencia de quienes tienen la responsabilidad de minimizar la congoja de los enfermos.
Un buen inicio en este largo camino por recuperar la esperanza pasa por identificar el origen del problema y ofrecer soluciones. La génesis de la contrariedad la resumió Arévalo de esta forma: “El mercado está controlado monopólicamente y de manera corrupta”. En cuanto a las salidas, el Gobierno también presenta avances mediante la diversificación del mercado y la compra de fármacos a organismos internacionales, lo que permitirá abaratar las curas y ampliar la oferta.
Priorizar la salud es un compromiso de todos. Evitar que se siga comercializando con el pesar ciudadano es innegociable. Aliviar estas angustias debe convocar a todos. El Gobierno ha puesto el ejemplo. Ahora resta que el Congreso haga lo propio. Por humanidad. Por doña María.