José María Torralba
Catedrático de Filosofía
En 2011, el año de su jubilación, la Universidad de Navarra otorgó a Alejandro Llano la Medalla de Oro en reconocimiento por los extraordinarios servicios que había prestado. Sin embargo, al recibirla, fue él quien se mostró agradecido. Confesó que “aquí he rozado muchas veces con la punta de los dedos eso tan difícil de alcanzar en este mundo, y a lo que me atrevo a llamar felicidad”.
No eran las palabras de un ingenuo ni de alguien que ignorara las sombras que se ciernen sobre la institución universitaria. Al contrario, ya en sus discursos como rector en la década de los 90 y el libro La Universidad ante lo nuevo alertaba del peligro de sustituir la lógica de la fecundidad, característica de todo lo vivo, por la de la eficacia, propia de los sistemas y procedimientos, inertes.
La universidad no puede permanecer ajena.
Desde su época universitaria en la Valencia de los años 70, alardeó de cierta actitud contestataria ante el poder. Quizá por eso en sus últimos años como profesor promovía una rebelión leal a la República de las Letras consistente en “leer, reunirse y hablar”, actividades que empezaban a resultar contraculturales en los campus.
Si no estaba allí, debía andar con algún estudiante, doctorando o profesor. Catedrático de metafísica, su dedicación al saber nunca fue algo meramente teórico o abstracto. Quienes nos acercábamos a él descubríamos una profunda humanidad que se manifestaba en su predilección por las personas con enfermedades o problemas de todo tipo, especialmente económicos, a quienes acogía con piedad paternal.
Además, consideraba que la Universidad no puede permanecer ajena a los problemas sociales; de ahí su interés por el debate público y la participación en iniciativas cívicas.
Hacia el final de Caminos de la filosofía, un libro entrevista sobre su obra filosófica, le preguntamos si, después de haber dedicado tantos años a estudiar la estructura del mundo y su origen en Dios, no tenía curiosidad por ver cómo era el más allá. Respondió en seguida, con cierta sorna: “La verdad es que curiosidad no, porque parece que estás deseando morirte para ver. Yo tengo esperanza, la de que Dios me acoja a pesar de los pesares. No me importaría continuar un poco más con esta ‘vulgaridad’ de aquí abajo. No tengo prisa”.