Confianza no es, precisamente, lo que despiertan los diputados entre los guatemaltecos. Hay que reconocer que al ciudadano le sobran las razones para sospechar de ellos. Claro, nunca se debe generalizar, y menos ahora, con una legislatura que está dando muestras de cambio. Con congresistas que quieren librarse de esa mafia que se apoderó de las instituciones claves del Estado.
Pero, como dice el dicho, crea fama y échate a dormir. Después de tanta decepción, es natural que los connacionales no se fíen del Parlamento. Sobre todo cuando el pacto de corruptos continúa teniendo representación en ese organismo del Estado, esencial para sus negocios bajo la mesa, que financiaron la compra de influencias que les generaron riquezas inimaginables. Que los desquiciaron.
Ante ello no hay que cuestionar las renovadas perpicacias ciudadanas. Las sospechas que resurgen sobre la pureza y limpieza que imperará en la integración de las cortes Suprema de Justicia y de Apelaciones.
Y en la decencia o indecencia que moverá a cada uno de los 160 diputados al momento de levantar la mano. Cuando le toque enfrentarse con la historia. Cuando le llegue el turno de votar por consolidar la democracia o la continuidad del desgobierno heredado por las gestiones de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei.
Cada congresista tiene que tener presente que, más que su futuro, se juega el destino de la nación. De esa cuenta, deben sentir la responsabilidad de conducirse con probidad y de responderle a sus electores. Por ello, los liderazgos sociales deben estar expectantes. Vigilantes. Listos a reclamar cualquier intento de retroceder. De tirar por la borda casi 40 años de democracia.
Hoy, tocará confiar en la nueva dirigencia que ha surgido en el edificio de la 9a. avenida. No a ciegas, porque habrá que estar con los ojos muy abiertos.
Vivimos tiempos en los que se necesita mucha serenidad. Valentía. Prudencia, aunque también un halo de esperanza, porque no es sano que un pueblo viva en desconfianza permanente. Tampoco es justo.
Ni merecido.