Ana Marta González
Catedrática de Filosofía
Pues en el espacio público no se trata solamente de presentarse como más listo y sofisticado que el vecino, sino de respetarlo. Con mayor razón si, según ha declarado la Organización de los Juegos, con la escenificación de aquel cuadro se pretendía transmitir un mensaje socialmente inclusivo, en el que, más allá de toda diferencia, se subrayara la común humanidad.
Si ese era el mensaje que se pretendía transmitir, me temo que el medio elegido no ha sido el más acertado, pues el supuesto espíritu inclusivo queda desmentido desde el momento en que deliberadamente no se evita lo que, con toda probabilidad, ofende a un público numeroso, y, en lugar de propiciar un genuino diálogo entre todos, pronuncia la separación.
La posibilidad de un diálogo social descansa en mediaciones y referencias culturales compartidas, de las que podemos servirnos.
La posibilidad de un diálogo social descansa en mediaciones y referencias culturales compartidas, de las que podemos servirnos para reforzar los vínculos sociales.
Sería deseable que toda la ciudadanía participara y se manejara con igual soltura en el lenguaje del arte o la literatura, pero se trata de un deseo irreal.
Por mucho que hagamos las instituciones educativas en este sentido, siempre habrá un grupo de privilegiados con acceso a recursos culturales que, a otros, siquiera por falta de tiempo, les están vedados.
La sociedad, sin embargo, la construimos entre todos. El sibaritismo cultural que no respeta los sentimientos del otro es tan deletéreo para la vida social como la rigidez de quien, guiado tan solo por sus principios, no presta suficiente atención a las mediaciones culturales.
Por razones muy distintas, los dos terminan haciendo de la cultura un campo de batalla, cuando por su propia naturaleza, debería ser el terreno del entendimiento.