La Feria de Jocotenango es un reflejo del rico tapiz cultural de Guatemala, que combina la devoción religiosa con las costumbres locales, llena de influencias indígenas y españolas que son sello distintivo de nuestra historia. Como consecuencia del Terremoto de Santa Marta a finales del siglo XVIII, la otrora metrópoli del Reyno de Goatemala se traslada al valle de La Ermita, y con ella algunas poblaciones vecinas -como Jocotenango- se unen en el viaje.
Desde luego con la migración poblacional también se transponen sus costumbres, ya que la Virgen de la Asunción siguió siendo su patrona, y afín a ella continuaron los eventos festivos y religiosos. Es hasta bien entrado el siglo XX, que la festividad va a tomar auge en los devotos, máxime después de la elaboración de una imagen que desde 1983 sale en bendita procesión.
Además del aspecto religioso, la feria es conocida por su ambiente vibrante. Los puestos se alinean en la avenida y ofrecen comidas típicas como elotes locos, chuchitos y tostadas, que se degustan junto a las atracciones y espectáculos que atraen a multitudes. Para muchos guatemaltecos, estas ferias son un momento para reconectarse con sus raíces, involucrarse en memorias colectivas y participar en tradiciones que se han transmitido de generación en generación: Recuerdos donde nietos comparten dulces típicos con sus abuelas, grupos de jóvenes disfrutan de los juegos mecánicos llenos de emoción y parejas de enamorados caminan tomados de la mano hacia el atardecer.
Esta celebración es componente vital de nuestra ciudadanía. Encarna la perpetuidad histórica y la cohesión social de la nación. A medida que esta feria continúa evolucionando, sigue siendo un testimonio de la fuerza duradera de nuestras tradiciones y la importancia de mantener un legado para preservar la identidad cultural. Estos eventos no son solo un momento de alegría y festividad sino también una profunda expresión de los valores y creencias que definen nuestra chapinidad.