viernes , 22 noviembre 2024
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Releyendo a Alberto Edwards

Gonzalo Andrés Serrano

Facultad de Artes Liberales

La discusión en torno a la obligatoriedad o voluntariedad del voto ha vuelto a resucitar en víspera de las próximas elecciones de octubre. En muchas de las declaraciones, hay un cálculo político disfrazado de convicciones democráticas.

Dentro de este grupo de manifestaciones, me quiero detener en la defensa de Gonzalo Winter del voto voluntario porque la multa por voto obligatorio sería “antipobre”. Las declaraciones del diputado sirven como un ejemplo de esa mirada arrogante de algunos políticos que asumen saber qué piensa y qué quiere la gente.

Pienso en esta forma elitista de ver la política y de despreciar la democracia a propósito del último libro del premio nacional de Historia, Rafael Sagredo, Alberto Edwards y la solución autoritaria (FCE, 2024).

Lo ocurrido con Edwards es digno de meditación para aquellos espíritus extraviados que piensan en regímenes bastardos como una salvación.

Seguramente, muchos de los lectores de este diario tuvieron que leer el más famoso de los libros de Edwards: La fronda aristocrática. En este ensayo, se cimentaron varios de los mitos a favor de Diego Portales, la Constitución de 1833, la excepcionalidad de Chile en el siglo XIX, el desastroso régimen parlamentario y los beneficios de un gobierno fuerte y autoritario. Tal como señala Sagredo: “Se trató del texto histórico más agudo e influyente alguna vez publicado en Chile”

Rafael Sagredo, con su habitual agudeza y un estilo ameno, lleva a cabo una genealogía del pensamiento autoritario en Chile y, como parte de este análisis, hace una profunda revisión de las ideas de Edwards a través de sus diversas obras: columnas de opinión, cartas al diario, discursos, cuentos, novelas y, por supuesto, de la fronda que, en realidad, fue un conjunto de artículos publicados en El Mercurio.

Una de las primeras cosas que destaca Sagredo es que Edwards, más que un historiador, fue un político que usó y abusó de la historia con fines ideológicos.

Este libro, a medida que se va avanzando en la lectura, va teniendo un interesante desenlace. A inicios de 1930, el intelectual Alberto Edwards, monarquista y antidemocrático, va viendo cómo cada uno de sus análisis y proyecciones políticas se va cumpliendo en un mundo y en un país en el que la democracia estaba en crisis.

La coyuntura política permitió la llegada del general Carlos Ibáñez del Campo al poder, el hombre fuerte y autoritario por el que Edwards clamaba. En ese contexto, el ensayista, autodenominado profeta, es llamado a ser parte de ese gobierno en el cargo de ministro.

Aquí Edwards se vio enfrentado a la difícil tarea de llevar su teoría a la práctica con desastrosos resultados. De la misma forma que su paradigma se desmoronaba, el general Ibáñez iba empequeñeciéndose conforme ocurrían las manifestaciones y hechos de violencia en las calles, hasta terminar renunciando a la presidencia.

Tal como señaló Arturo Alessandri en sus memorias, citadas por Sagredo, lo ocurrido con Edwards es digno de meditación para aquellos espíritus extraviados que piensan en regímenes bastardos como una salvación.

En definitiva, en tiempos en que la democracia es cada vez más denostada y que las soluciones tipo Bukele parecieran a la vuelta de la esquina, vale la pena leer a Sagredo para revisitar la obra Edwards y sus trágicos resultados.

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