Daniel Olivares
Facultad de Ingeniería
La transición energética actual se debe a la reevaluación del valor de los
combustibles fósiles en comparación con las energías renovables. Los combustibles fósiles han perdido valor debido a la evidencia acumulada sobre su rol en el calentamiento global, su impacto negativo en la calidad del aire y la percepción de inseguridad en sus cadenas de suministro. Por otro lado, las energías renovables, como la solar y la eólica, han ganado valor al reducir significativamente sus costos de desarrollo, producir cerca de 20 veces menos emisiones de CO2 en su ciclo de vida y contribuir a la autonomía energética.
En Chile, el potencial para desarrollar plantas renovables ha posicionado estas tecnologías como la opción principal para la expansión de la matriz eléctrica desde hace casi una década. Este enfoque ha sido central en las políticas públicas de energía, promoviendo la descarbonización, menores costos de suministro y menor dependencia de combustibles internacionales. Esto ha permitido el rápido desarrollo de la industria de generación eléctrica renovable, la entrada de nuevos actores en el mercado y el retiro acelerado de plantas de carbón.
Sin embargo, eventos como el estallido social, la pandemia y el alza en el precio de los combustibles a nivel internacional, aumentaron la presión sobre las tarifas eléctricas y de otros servicios básicos, lo que llevó a los gobiernos desde el 2019 a poner énfasis en mecanismos de protección de población vulnerable y estabilización de precios, que buscaron traer al presente las reducciones de tarifa proyectadas a futuro por entrada en vigencia de contratos de suministro renovables de bajo costo.
Al mismo tiempo, la agenda para impulsar los necesarios cambios al diseño de mercado eléctrico pasó a un segundo plano de urgencia, lo que retrasó la implementación de condiciones habilitantes para la operación eficiente de la red eléctrica con alta penetración renovable. Se adelantaron los beneficios, pero no se tomaron todas las medidas para que estos efectivamente se materializaran.
La fábula de la gallina de los huevos de oro viene a la mente como una metáfora adecuada para este proceso, en retrospectiva.
Esto ha permitido el rápido desarrollo de la industria de generación eléctrica renovable, la entrada de nuevos actores en el mercado y el retiro acelerado de plantas de carbón.
Actualmente, vivimos una segunda fase en la transición. La percepción de valor de las renovables ha sufrido un retroceso, ya que el sistema no gestiona adecuadamente la diversidad geográfica y las variaciones temporales de la generación renovable. Esto ha afectado la eficiencia operativa y el avance hacia la carbono neutralidad, obligando a verter grandes volúmenes de energía renovable y recurrir a la generación fósil para mantener la seguridad del sistema.
Las soluciones a estos problemas son conocidas, pero no por eso más fáciles de implementar: se necesita el desarrollo de corredores de transmisión para la gestión espacial, proyectos de almacenamiento para la gestión temporal y nuevas infraestructuras y protocolos de control para garantizar la seguridad del sistema sin combustibles fósiles. Estas soluciones requieren inversiones de decenas de miles de millones de dólares en las próximas décadas para alcanzar las metas de carbono neutralidad.
Sin embargo, los retrasos en implementación de condiciones habilitantes no han permitido que las soluciones lleguen a tiempo. A esto se suma que nuestra sociedad se opone con cada vez más fuerza a las soluciones que el sector energético está preparado para ofrecer para la transición energética. Todo esto repercute en mayor incertidumbre sobre los costos y plazos de desarrollo, y finalmente mayor costo de la electricidad para todos los usuarios.