Paola Bernal Hirata
Revista Nuestro Tiempo
En el verano de 1959, el rectorado de la Universidad, entonces un
incipienteEstudio General de Navarra, recibió una carta con matasellos inglés.
El gran canciller, San Josemaría, durante una estancia en Londres, había tenido una idea innovadora que remitió por correo postal a Pamplona: “En primer término hay que crear por toda España, teniendo su sede en Pamplona, la Asociación de Amigos.
Estudiad la forma de organizarla, pero bastará que sus miembros se comprometan a rezar al menos un avemaría todos los días, a hacer propaganda del Estudio y a ayudar económicamente lo que puedan, aunque solo sea con unos céntimos cada año”.
Apareció un nuevo lenguaje cívico que resaltaba los valores de la libertad, la convivencia y el progreso.
La Universidad se financiaba con las tasas de las matrículas y la ayuda de alguna empresa local. Ciertas entidades privadas también contribuían a un fondo para investigación. El centro académico crecía rápido, más alumnos, más profesores y eso requería una infraestructura adecuada.
Alfonso Sánchez-Tabernero, anterior rector y actual presidente de la Asociación de Amigos, explica que San Josemaría comprendió que no era una mera cuestión económica. Solos no iban a llegar a ningún sitio; era necesario tener amigos.
Fue una buena intuición. En su trabajo Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra. Los orígenes de la Asociación desde 1959, José Manuel Ferrary explica que los años sesenta vivieron el desarrollo del asociacionismo en España.
La discusión pública sobre la mejor manera de solucionar algunos problemas y la implicación de la ciudadanía en iniciativas particulares rompió “la sensación de unidad del régimen y mostró los distintos modos de entender la vida social y política en el país.
Apareció un nuevo lenguaje cívico que resaltaba los valores de la libertad, la convivencia y el progreso. La Asociación de Amigos de la Universidad de Navarra puede ser considerada un buen ejemplo de las organizaciones que permitieron la aparición de una sociedad democrática”.
Sánchez-Tabernero entrevistó en un encuentro Alumni a su predecesor Francisco Ponz, quien le confesó, con motivo de su cumpleaños número cien, que lo que veía en el campus cuatro décadas después de haberlo dirigido era “increíble, pero no sorprendente”, porque el fundador de la Universidad les advirtió de que todo aquello iba a suceder.
“Se dio gracias a la fe y la magnanimidad de aquellos primeros”, le respondió Sánchez-Tabernero. El 9 de abril de 1960, con la aprobación del Ministerio de Gobernación, nació ADA.
Los treinta hombres que integraron aquella primera organización se llamaron socios de mérito y se pusieron enseguida a buscar a quienes pudieran comprender y estimar la labor de aquella pequeña universidad desconocida que había nacido en Pamplona.
Encabezaba la Junta Directiva el incombustible Antonio Fontán, también fundador y director de Nuestro Tiempo, que desempeñó esa labor 11 años.
Precisamente en estas páginas, en el número 81, de 1961, Fontán respondía así a un lector de Teruel que preguntaba por ADA: “La finalidad de esta Asociación es, exclusivamente, cooperar con las actividades de esta Universidad.
Esta cooperación se realiza dando a conocer la labor educativa y científica del Estudio General de Navarra, fomentando su expansión y crecimiento, ofreciéndole el apoyo y la asistencia que necesita y, finalmente, sirviendo de cauce a la ayuda económica que la sociedad española y de otros países puede prestar a la Universidad de Navarra”.
La expansión de ADA fue vertiginosa. Fontán y la Junta Directiva planearon una estrategia en dos direcciones. Hacia arriba, nombraron una Junta de Gobierno con personalidades que gozaban de relevancia pública: Carlos Jiménez Díaz, un médico reputado y maestro de Eduardo Ortiz de Landázuri; José Finat y Escrivá de Romaní, alcalde de Madrid; Gregorio Marañón Moya, diplomático, o José Castán Tobeñas, miembro de las Cortes y presidente del Tribunal Supremo.
Continuará…