Cristóbal Bellolio
Escuela de Gobierno
Por algo son nombres de fantasía. Incluso los que se definen en el nombre -Partido Socialista, Partido Comunista, Partido Liberal- admiten cierta discusión sobre el contenido de la etiqueta (qué socialismo, qué comunismo, qué liberalismo).
Aunque no transparenten su doctrina en el nombre, la mayoría de los partidos chilenos tiene definiciones ideológicas. Sabemos cuáles promueven una economía de mercado y cuáles son nominalmente “anticapitalistas”, sabemos cuáles buscan representar la tradición y cuáles son “progresistas”, sabemos cuáles buscan encarnar un ethos de rebeldía plebeya y cuáles apuestan a la moderación política.
Este es un activo de la política chilena. Permite que los ciudadanos tengan una idea aproximada de qué esperar de cada uno de ellos en cargos de representación. Si a usted le gusta el rodeo, no vote por los frenteamplistas que fantasean con proscribirlo por maltrato animal.
Por eso es bueno que el partido Nacional Libertario del diputado Kaiser salga al ruedo. Sus definiciones doctrinarias son claras como el agua.
Si usted estima que la población transexual debiese contar con acciones afirmativas, no vote por Republicanos. Cuando el perfil ideológico es claro, todos sabemos, insisto: a grandes rasgos, a qué atenernos.
Este es, sin ir más lejos, el problema de la Democracia Cristiana. Nadie sabe realmente qué representa, más allá de aspirar a posiciones de poder y llorar maltrato cuando no las obtienen. Su contribución fue clave en la segunda mitad del siglo XX: una vía reformista intermedia entre el capitalismo salvaje y el marxismo ateo.
A estas alturas, sin embargo, su contribución a la discusión ideológica es, en el mejor de los casos, difusa. Por eso es bueno que el partido Nacional Libertario del diputado Kaiser salga al ruedo. Sus definiciones doctrinarias son claras como el agua.
Es “nacional” en el sentido soberanista. Es decir, no acepta que entidades internacionales -como instancias de arbitraje- tomen decisiones por los chilenos. Se opone frontalmente a la Agenda 2030 de Naciones Unidas, que interpreta como un conciliábulo de progres con el gran capital.
En la esquina opuesta del cosmopolitismo, no cree que la migración sea ningún derecho. Las fronteras, dicen, se respetan. Y es “libertario” en un sentido minarquista. Es decir, busca achicar el estado porque es el principal enemigo de la libertad individual. Como Bastiat, Rothbard, Nozick y otros tantos en ese linaje ideológico, cree que cobrar impuestos es una agresión, un robo institucionalizado, a la par con el trabajo forzoso. No entienden qué diablos son los derechos sociales.
A partir de una comprensión de la propiedad privada como extensión natural de la autonomía personal, defienden el derecho a su defensa, incluso portando armas. El único límite de esta autonomía, curiosamente, es nuestra filiación divina. No es, desde este punto de vista, un libertarianismo secular.