viernes , 22 noviembre 2024
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Mártires (II)

Fermín Torrano Echeandia

Revista Nuestro Tiempo 

“Es muy difícil que no encuentres en la cola a alguien que haya perdido a un familiar, un amigo o un vecino”, se lamentaba Ana intentando contener el llanto con las manos. “Soy de izquierdas, pero esta guerra no es por Dios o la tierra.

Esta vez es personal”. Ella llevaba varios días sentada en la última esquina de la T4, porque todas las aerolíneas, excepto El Al (compañía nacional israelí), habían cancelado los viajes a Tierra Santa. Los pasajeros se elegían entonces según los intereses del país hebreo. Un cribado para decidir quién factura y a quién le toca esperar.

“Primero los que han recibido llamada del Ejército”, gritó un responsable de seguridad. “Después los que tienen funerales, los que han perdido a alguien y los que tengan que llegar a un hospital”.

La embriaguez colectiva de una guerra que arranca va acompañada siempre de individuos con emociones culpables por no haberse preparado. 

También, dejaron pasar a médicos, forenses dentales y cualquier profesional que pudiera ayudar a la sociedad israelí. Los medios de comunicación, como se ha demostrado con el control informativo y la prohibición de entrar en Gaza, nunca fueron una prioridad.

Adah se vuelve en la fila 35 del vuelo Madrid-Tel Aviv del 12 de octubre. “¿Eres periodista? ¿Propalestino o proisraelí?”, pregunta antes de rellenar el silencio con un monólogo acelerado.

La embriaguez colectiva de una guerra que arranca va acompañada siempre de individuos con emociones culpables por no haberse preparado. Ella esquivó el servicio militar obligatorio a través del Sherut Leumi, o Servicio Nacional. 

Una excepción con la que, sobre todo mujeres de familias sionistas religiosas, evitan alistarse. A su alrededor, los pasajeros miran pantallas que reproducen sin descanso el trauma de una nación herida. No hay asientos libres en el avión ni espacio para la mudez.

Son mujeres y hombres anónimos volando a la tierra del dolor en la que sus muertos aguardan el último adiós. “¿Sabes?, dice Adah tras una pequeña pausa, ahora lo pienso y creo que me equivoqué. Ayer despedí en Madrid a una amiga y… aunque haré voluntariado… no sé. Ella tenía una llamada del Ejército y yo no”.

Eli (que significa exaltar a Dios, en hebreo) se sienta dos filas más atrás. En 2005 le desplegaron para cubrir la retirada israelí de Gaza. Horas antes de empuñar de nuevo el fusil, mira de reojo a la mayor de sus hijas y baja la voz. “Les dimos el control y les dejamos vivir, pero lo que han hecho es obra de animales. Ahora nos toca a nosotros arrinconarles y debemos hacerlo de tal manera que en los próximos cincuenta años ningún niño israelí tenga que preocuparse”.

Chicos como Yair y David, que tocan los tambores improvisados de la guerra golpeando columnas metálicas a la salida del aeropuerto de Ben-Gurión, en Tel Aviv. A su alrededor, decenas de jóvenes aplauden, vitorean y cantan el himno nacional: La esperanza, para recibir a los reservistas en el aeropuerto.

En los primeros seis días, los aviones y helicópteros israelíes lanzaron 6 mil bombas sobre Gaza. La campaña se planificó por fases. La primera consistió en un castigo desde el aire para romper las defensas y perseguir a Hamás en su propio territorio. El Ejecutivo hebreo vació el norte de la Franja.

Forzó a desplazarse a un millón de personas. Su aspiración: cazar a los terroristas, descabezar su estructura y destruir la red de túneles donde se esconden. Un movimiento con botas sobre el terreno que pretendía ser quirúrgico.

Pero del papel a la realidad hay un trecho. Se estima que tres cuartas partes de la población gazatí, alrededor de 1.7 millones de personas, han huido forzosamente hacia el sur, sin poder escapar de la Franja. Más de la mitad de edificios han quedado dañados o destruidos, y el conteo de víctimas supera las 30 mil, según el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamás.

Incluso las estimaciones más prudentes creen que se trata del mayor número de muertos árabes en conflicto con Israel, una lucha que se remonta a 1948, tras la creación del Estado hebreo. Guerras y “maniobras especiales” entre dos pueblos enfrentados que habitan la misma tierra, esgrimen los mismos argumentos y miran al cielo implorando al mismo Dios.

  Continuará…

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