Fabián Hernández es un pintor y escultor originario de La Antigua Guatemala, que se ha inspirado en lo positivo de la vida. “Creo fielmente que la vida no solamente es oscura”, expresa, y sus cuadros son el reflejo de su manera de pensar.
En la siguiente entrevista, hace un recuento desde sus inicios hasta sus planes futuros, pasando por su inspiración para crear su sello personal.
¿De dónde viene su inquietud por practicar el arte de la pintura?
Uno nace con eso, no es de la noche a la mañana. En el caso mío, yo nací con eso y mientras fui creciendo, me fui relacionando de alguna manera con el arte, pero como no tenía dónde estudiar, empecé con la artesanía. La cerámica aquí en La Antigua era algo fuerte; pajaritos y todas esas cosas, así empecé. Pero siempre con el deseo de pintar profesionalmente, hacer algo como lo que hago ahora y, después, di el salto para pasarme a dibujar, sin conocimiento previo de nada. Eso fue en 1995, y ahí es donde digo: ‘bueno, es la fecha que voy a poner como la de inicio, pero realmente es toda la
vida’.
Después de 1995, ¿cómo surge esa inspiración para buscar su estilo?
Todos los artistas, cuando no han encontrado un estilo, siempre están influenciados por alguien más. De hecho, veo muchos que toman referencia de Pinterest. Cuando un virtuoso pinta y no es su esencia, se siente como un artista herido porque no logra reflejarse él en la obra. Me pasó por muchos años eso, yo iba por la vida tratando de hacer una cosa, pintaba pájaros, puertas, La Antigua, pero realmente solo me daba cuenta de que era algo que se parecía al arte de los demás. Pero, realmente, cuando se encuentra es porque se está pintando a sí mismo, y ahí es donde se produce la magia y el cambio.
Tuve la oportunidad de viajar a los Estados Unidos, y cuando estaba allá, sin querer me di cuenta de que la gente que migra ama su país. Desde allá, me encontré con ese dilema de ver que las personas que estaban fuera de su país añoraban su comida, su paisajes, su Guatemala, sus colores y esas cosas, pero cuando preguntaba ¿se quiere regresar a Guatemala? Me respondían: ‘regresar completamente, no; de visita de nuevo, sí’. Eso me impactó mucho. Se sienten orgullosos de ser guatemaltecos, pero no quisieran volver a estas mismas situaciones en las que estaban antes de irse; entonces, quería pintar la migración, ese sentimiento de orgullo del guatemalteco, del latinoamericano, pero no sabía cómo hacerlo. Decidí investigar sobre el tema en internet y en todos lados; me di cuenta de que de la migración solamente se habla de lado triste, de lo negativo, de los niños que se quedaron solos, del padre que murió en el desierto o de alguien que le amputaron las piernas por el tren, y era muy difícil, porque yo me propuse que todo lo que iba a pintar tenía que ser positivo, lindo, dar un mensaje de positivismo y reflejar una realidad buena, porque creo fielmente que la vida no solamente es oscura, la luz se puede ver porque hay oscuridad y la oscuridad se puede iluminar con la luz.
Así que pinté al migrante que se va, que añora, que abre las puertas de las oportunidades y se lanza, pero que a su vez encuentra un mejor futuro al ayudar a su familia. Lo que pinto es el éxito y aunque sé que es una verdad a medias, me gusta pintarlo. Por eso verán en mis cuadros al colibrí; no hago al quetzal porque no me guste, sino que representa a una cultura en específico y la migración se da en el mundo, no solamente en el país. Entonces encontré mi estilo, mi forma de proyectarme; ya los elementos y colores salieron solos. Honestamente, me gusta el estilo de Salvador Dalí, algunos elementos que están volando, pero me parecía un poco sexualizado, una carga un poco negativa, que no me gustaba, por lo que en mi obra dije ‘quiero tomar esa referencia Dalí, pero quiero ponerlo en positivo’.
¿En qué año cree que encontró este estilo?
Yo creo que fue hace unos 10 o 12 años, que ya no me moví; sigo en lo mismo y si voy a hacer alguna otra cosa, va a ser influenciado por esto.
¿Cómo considera que es su estilo?
Mi estilo es un paisaje fantástico, porque los elementos que pongo, aunque no existen, se va a dar cuenta de que son iglesias o pueblos que yo invento, es Latinoamérica, pero realmente no uso fotografías de referencia. Los volcanes los veo todos los días y los guardo en mi memoria y los vuelvo a poner cada vez de diferente manera. Cada elemento que voy poniendo va a salir solo, lo que sea no importa, pero se mantiene la esencia porque al final es como una firma personal del paisaje. Yo creería que mi estilo es un paisaje fantástico casi surrealista.
La idea de hacer obras bidimensionales, ¿cuándo surgió?
Fue hace algunos años porque estaba viendo los “ronrones”, esos juguetes que tienen plumas y hacen un sonido con un palito y que cuyo color es muy lindo, brillante. Agarré uno de los “ronrones” y lo puse en una pintura, pegado con un tornillo atrás, y lo empecé a presentar y funcionó muy bien. Pero una curadora de la Fundación Rosas Botrán, muy consciente de lo que estaba haciendo, me dijo: “Mire, lo que pasa es que la obra que hace en algún momento se va a dañar, se va a arruinar; más las plumas que se arruinan rápido. ¿Qué va a hacer para cuando se arruine?, porque la obra no puede ser de alguna manera cara y a la vez desechable, porque la gente quiere calidad.
Así que opté por quitar esos elementos tan efímeros y poner otros un poco más duros. La idea era y siempre ha sido eso: salirme del lienzo, ir más allá. Me cuesta trabajar formato pequeño, pero la idea es salir de él y lograr, básicamente, romper con la idea tradicional de que el lienzo es un límite, un cuadrado donde uno va a meter todos los elementos.
¿Qué viene para Fabián Hernández en un futuro cercano?
Hace 12 o 15 años soñé que quería hacer videos y ahora estoy llegando a ese punto. Porque ese era mi máximo sueño, como artista, promocionar grabar y publicar cada uno de los de los cuadros que voy a hacer, que tenga una historia contada en un video. La idea es pintar en el lugar con mi lienzo, con mi caballete y hacer algunos paisajes, pero con una vista de un dron, una vista aérea.