lunes , 25 noviembre 2024
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Ideas dispersas

Foto: Cortesía Guillermo Monsanto

El pasado 23 de junio por la noche, en Madrid, de manera misteriosa, desapareció mi dispositivo celular.  Como venía acompañado de amigos, inmediatamente, se reportó la línea y se recuperó el número.  Aun así, hay que estar alertas por aquello de los hackers y el mal uso que puedan hacer con la información que no se pudo bloquear. 

Con él desaparecieron cerca de ocho mil registros fotográficos, varios documentos escaneados, centenares de mensajes de WhatsApp relativos a mi relación con otros profesionales, información aleatoria de mis investigaciones y hallazgos oportunistas de material que me va surgiendo al paso, en fin. Ni modo, la estaba pasando tan a gusto que en realidad me resigné y le hice ganas a la máxima que decía mi profesor de literatura: “La vida sigue”.

Unas horas antes me había reunido a cenar con dos personas muy importantes en mi crecimiento personal. Luis López Bautista empresario teatral, actor y académico universitario, y Renato Osoy, artista visual, teórico y docente de las artes, con quienes rememoramos la etapa emergente de Renato, memorias de nuestras maestras Alma Monsanto, Consuelo Miranda y una serie de compañeros artistas que abandonaron el universo escénico para ingresar al mundo real.  

Fue interesante observarlos fluir, entrar en el mundo de la filosofía y apreciar sus opiniones sobre el arte contemporáneo, la generación de cristal, lo políticamente correcto y lo que no.  Así, entre risas, pensamientos serios y nostálgicas anécdotas pasaron las horas. Finalmente, acompañamos a Renato a su hotel ya que pronto tendría que salir para el aeropuerto de regreso al Canadá, donde reside en el presente.

Y como si el tiempo se empeñara en volver, el 24 de junio (día muy recordado personalmente por los recuerdos que evoca), López y yo nos reunimos también en el Vivares de la calle Hortaleza #52, con Atli Schoenbeck, quien radica en Madrid desde hace algunos años.  Y la magia del reencuentro se repitió otra vez.

Schoenbeck fue un artista infantil que brilló primeramente en Arte Estudio Kodaly, más adelante trabajó para mí durante su adolescencia en algunas propuestas de búsqueda, luego pasó a Antifaz (en aquel momento Parteens) en donde se fogueó en diferentes tipos de espectáculos y, finalmente, poco antes de emigrar a España, participó en la exitosa producción de Douglas González Dubón En este país espantan, e ingresó con buen pie en la gran pantalla. En España ha alternado el teatro con alguna experiencia en cine y otras opciones alternativas.

Y como pasó con Renato, la lluvia de recuerdos, anécdotas y experiencias nutrieron nuestra conversación. La reflexión proviene de lo importante que han sido en nuestras vidas las relaciones que han forjado nuestro carácter, gustos y formación. El amor al compromiso escénico y la necesidad de permanencia en el tiempo a partir del hecho escénico traducido al arte. En fin, tuvimos otra velada para recordar. 

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Con él desaparecieron cerca de ocho mil registros fotográficos, varios documentos escaneados, centenares de mensajes de WhatsApp relativos a mi relación con otros profesionales, información aleatoria de mis investigaciones y hallazgos oportunistas de material que me va surgiendo al paso, en fin. Ni modo, la estaba pasando tan a gusto que en realidad me resigné y le hice ganas a la máxima que decía mi profesor de literatura: “La vida sigue”.

Unas horas antes me había reunido a cenar con dos personas muy importantes en mi crecimiento personal. Luis López Bautista empresario teatral, actor y académico universitario, y Renato Osoy, artista visual, teórico y docente de las artes, con quienes rememoramos la etapa emergente de Renato, memorias de nuestras maestras Alma Monsanto, Consuelo Miranda y una serie de compañeros artistas que abandonaron el universo escénico para ingresar al mundo real.  

Fue interesante observarlos fluir, entrar en el mundo de la filosofía y apreciar sus opiniones sobre el arte contemporáneo, la generación de cristal, lo políticamente correcto y lo que no.  Así, entre risas, pensamientos serios y nostálgicas anécdotas pasaron las horas. Finalmente, acompañamos a Renato a su hotel ya que pronto tendría que salir para el aeropuerto de regreso al Canadá, donde reside en el presente.

Y como si el tiempo se empeñara en volver, el 24 de junio (día muy recordado personalmente por los recuerdos que evoca), López y yo nos reunimos también en el Vivares de la calle Hortaleza #52, con Atli Schoenbeck, quien radica en Madrid desde hace algunos años.  Y la magia del reencuentro se repitió otra vez.

Schoenbeck fue un artista infantil que brilló primeramente en Arte Estudio Kodaly, más adelante trabajó para mí durante su adolescencia en algunas propuestas de búsqueda, luego pasó a Antifaz (en aquel momento Parteens) en donde se fogueó en diferentes tipos de espectáculos y, finalmente, poco antes de emigrar a España, participó en la exitosa producción de Douglas González Dubón En este país espantan, e ingresó con buen pie en la gran pantalla. En España ha alternado el teatro con alguna experiencia en cine y otras opciones alternativas.

Y como pasó con Renato, la lluvia de recuerdos, anécdotas y experiencias nutrieron nuestra conversación. La reflexión proviene de lo importante que han sido en nuestras vidas las relaciones que han forjado nuestro carácter, gustos y formación. El amor al compromiso escénico y la necesidad de permanencia en el tiempo a partir del hecho escénico traducido al arte. En fin, tuvimos otra velada para recordar. 

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