viernes , 22 noviembre 2024
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La vida como movimiento circular (II)

Felipe Santos

@ultimoremolino

Revista Nuestro Tiempo

Cherkaoui habla de esta coreografía como Geometría sagrada, vida urbana en forma de funciones mecánicas, el microcosmos reflejado en el macrocosmos, mientras mezcla percusión japonesa con la música del compositor contemporáneo Szymon Brzóska.

Faun recuerda en su comienzo a una coreografía de La consagración de la primavera, con ese despertar del fauno en el bellísimo solo de flauta del Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, al que luego se unirán algunos añadidos contemporáneos de Nitin Sawhney. La vida se abre camino, recomienza en esta otra mitad, como en su día el arte se transformó una vez más, dejando atrás el neoclasicismo y alumbrando las vanguardias.

La música era de por sí tan poderosa que apenas brotaba una idea sobre la que armar un concepto.

El bosque nos hurta el horizonte y se convierte en un trasunto de los propios humanos, que nacen, verdean y van desgastándose hasta que las hojas inundan el suelo. Es el único momento en que puede adivinarse lo que hay detrás de esos árboles ahora ya blanquecinos y desnudos.

Hasta que todo vuelve a recomenzar, como el encuentro del fauno y la ninfa, nunca definitivo ni brutal, tan solo cuerpos en armonía que, como cualquier forma de belleza, pide en secreto no detenerse nunca. Boléro incorpora el trabajo de Damien Jalet y la escenografía de Marina Abramović. La artista serbia reconoció durante los ensayos para el estreno en París que pasó mucho tiempo “pensando en cómo llegar a casi nada”. 

La música era de por sí tan poderosa que apenas brotaba una idea sobre la que armar un concepto. Si sobre Faun pesaba la sombra de Nijinsky bailando el preludio, sobre Boléro es la de Maurice Béjart, que creó en 1960 para su bailarín estrella, Jorge Donn, una coreografía que se convertiría en referencia para cualquier visión moderna.

Mientras el crescendo de Ravel coge altura, los instrumentos se suceden en la misma melodía sobre un ostinato de tambor. Sobre el escenario, bailarinas vestidas de negro y con las caras maquilladas giran frente a un espejo gigante. “Estuvimos de acuerdo en que trata de emociones: amor, odio, celos… pero de forma abstracta, nos dice Abramović”.

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