viernes , 22 noviembre 2024
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Si todo es un trastorno mental, nada lo es (II)

Por ejemplo, cuando en una ficha clínica o de derivación, los profesionales de la salud mental indican que un paciente está experimentando un trastorno depresivo mayor, lo que comúnmente llamamos depresión, para todos quienes forman parte del campo de la salud está claro que dicho paciente presenta una serie de síntomas asociados a tristeza, dificultad para disfrutar de las cosas que generalmente le entusiasmaban o causaban placer, cambios en sus hábitos de sueño, en su peso, se siente falto de energía, entre otros; todos los cuales están claramente especificados en los manuales diagnósticos, que son una herencia del modelo médico, y que están presentes con una determinada intensidad, disrupción de la vida cotidiana y duración.

Dicho eso, el solo estar triste no es depresión, el estar desanimado no es depresión, el estar melancólico no es depresión, el tener una baja de motivación no es depresión o el estar de duelo no es depresión. Y no lo es en tanto existe un consenso internacional respecto a qué es considerado un trastorno depresivo y, por tanto, una condición sujeta de atención y cuidado especializado. Este mismo ejercicio lo podemos hacer respecto a la preocupación o intranquilidad por cosas de la vida cotidiana que no califican como un trastorno de ansiedad o para experiencias adversas o emocionalmente perturbadoras que no califican como un trauma.

Cuando nombramos a las vivencias emocionales difíciles, molestas o incómodas que son comunes para muchas personas con una terminología propia de los trastornos mentales, se genera una patologización de la vida cotidiana y se crea una falsa epidemia de trastornos mentales que, en vez de darle a esas condiciones el lugar que se merecen y que tanto ha costado otorgarles, respecto a su importancia, efectos, oferta de ayuda y sin estigmatización de quienes las sufren, termina quitándoseles su especificidad y llevándolas al plano de la cotidianeidad, transformándolas así en un “comodín”.

Es decir, se las usa como denominación genérica de fenómenos humanos que no tienen nada de patológicos. Y, yendo más allá, muchas veces se termina abusando la medicación para cuadros que requerirían otro tipo de recursos personales, familiares o comunitarios y, habitualmente, generando un colapso del sistema de salud por el aumento de atenciones por condiciones que no implican un franco trastorno mental.

Cuando apuntamos a lo importante de delimitar qué es y qué no es un trastorno mental, no lo hacemos porque queremos quitarle la importancia al
padecimiento.

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