Concha Martínez Pasamar
Autora del libro Bibliotecarias a caballo
Revista Nuestro Tiempo
Sin embargo, en muchas zonas, también en los parajes del este de Kentucky, no abundaban esos destinos. En aquel rincón del país, la vida recordaba a la de siglos anteriores. Desperdigadas por los valles se encontraban sencillas cabañas de troncos con un porche.
Sin electricidad ni agua corriente, aquellas cuatro paredes carecían de cuarto de baño.
El calor o el frío se colaban entre las rendijas de los tablones, haciendo de la casa un tosco refugio. Aunque las grietas se remendaban con arcilla, los materiales terminaban por deteriorarse, y los muros debían cubrirse con periódicos o viejos almanaques. Sin electricidad ni agua corriente, aquellas cuatro paredes carecían de cuarto de baño y acogían un parvo mobiliario: las camas, donde dormían varias personas, compartían espacio con algunos asientos y la mesa.
Algunas veces, colchas de retales separaban la zona de descanso del área de convivencia, en torno al hogar o a una estufa. Los pocos bienes que conectaban distintas generaciones se valoraban como tesoros: una alfombra anudada a mano, un viejo instrumento, una fotografía, un cuchillo heredado… Estas humildes pertenencias contrastaban con un rico patrimonio inmaterial de canciones, baladas y relatos.
Tal vez un libro pudiera abrir nuevas y más amplias ventanas al mundo y a la imaginación, no solo para escapar de la dureza de la realidad sino para descubrir maneras de afrontarla. Era el momento de hacerlos llegar hasta aquellos recónditos lugares.