Merve Emre
The New Yorker Condé Nast Revista Nuestro Tiempo
Su primera novela, Rojo, negro, se publicó en 1983, seguida en las tres décadas posteriores por Melancolía I y Melancolía II, Mañana y tarde, Aliss junto al fuego y Trilogía. Tras un período agitado y de amplio éxito en el que trabajó casi exclusivamente de dramaturgo, Fosse se convirtió al catolicismo en 2012, dejó de beber y se volvió a casar.
Después comenzó Septología, una novela en siete volúmenes en una sola frase que ejemplifica lo que él ha definido como su vuelta a la “prosa lenta”. El narrador de Septología es un pintor llamado Asle, un converso al catolicismo, afligido por la muerte de su esposa, Ales. La noche antes de Navidad, Asle se encuentra a un amigo, también pintor y también llamado Asle, inconsciente en un callejón de Bergen, muriéndose de un coma etílico.
Sus recuerdos se desdoblan, se repiten, y gradualmente se difuminan en una sola voz, una difusa conciencia capaz de existir en muchos momentos y lugares a la vez. Leer las obras teatrales y las novelas de Fosse es entrar en comunión con un escritor cuya presencia resulta más vehemente debido a su aire de reserva, a su retraimiento.
Septología es la única novela que me ha hecho creer en la realidad de lo divino.
Sus obras, cuyos personajes tienen con frecuencia nombres genéricos, el Hombre, la Mujer, Madre, Niño, aprovechan la intensidad de nuestras relaciones primordiales y son, alternativamente, desoladoras y cómicas.
Septología es la única novela que me ha hecho creer en la realidad de lo divino tal y como la describe el maestro Eckhart, teólogo del siglo XIV, a quien Fosse ha leído con fruición: “Es en la oscuridad donde se encuentra la luz, de modo que cuando sufrimos es cuando esa luz está más cerca de nosotros”. Ninguna comparación con otros autores parece acertada.
¿Bernhard? Demasiado agresivo. ¿Beckett? Demasiado controlador. ¿Ibsen? “Es el autor más destructivo que conozco”, afirma Fosse. “Siento que hay una especie de reconciliación en mi escritura. O, por usar la palabra católica, paz”.
Fosse no vino de excursión al fiordo, pero sí a la cena que había organizado el Ministerio de Cultura noruego la noche anterior en Bergen. Charlamos durante la cena y más tarde nos citamos de nuevo en la Casa de la Literatura. Me pareció, más que nada, una persona profundamente amable, como demuestra su disposición a hablar de todo: de la gracia, del amor, de los celos y de la paz, de sus experiencias cercanas a la muerte y de su afición por la traducción.