Cristina Tabernero
Catedrática de Lengua Española
Diario de Navarra, en colaboración con la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro de la Universidad de Navarra, aborda, mensualmente, de la mano de especialistas de diversas universidades e instituciones, aspectos sobre la relación de la mujer con las artes y las letras en Navarra.
Voces anónimas femeninas en la Edad Moderna (siglos XVII-XVIII). No engañe el título al lector sobre el propósito de estas líneas, que, lejos de rememorar a mujeres navarras que ejercitaron su pluma con afán literario, quieren traer al recuerdo voces anónimas femeninas que, siglos atrás, aprovecharon la oportunidad que les brindaba la escritura como forma de comunicación.
La mayor parte de ellas escogió uno de los escasos rincones que, por razón de sexo, les estaba permitido frecuentar, un espacio dialógico desde el que suplicar ayuda, pedir un favor y, sobre todo, compartir noticias, emociones o sentimientos: la carta. A ella se aferraron incluso las manos más torpes, transformándola en una ventana que abrió a las mujeres la posibilidad de salir del mundo doméstico en el que estaban confinadas.
Escribir misivas se convirtió, así pues, en una práctica habitual.
Escritura epistolar. Desde la Antigüedad, fue este de la escritura un oficio necesario para desenvolverse en los foros públicos y, por lo mismo, sin relación con un mundo femenino carente, según se decía entonces, de la capacidad precisa para las tareas del intelecto. Estaba ampliamente aceptado que los espacios femeninos debían limitarse al ámbito privado, en el que de nada servía la habilidad escriptoria.
El cambio social iniciado con la Edad Moderna quiso, sin embargo, que la escritura se convirtiera necesariamente en un bien común, de progresiva popularización, mediante el que mantener vínculos en la distancia, próxima o remota: de Artajona a Andosilla, de Estella a Zaragoza o de Sorlada a Pamplona, lo mismo que de San Sebastián a Venezuela.
El género epistolar fue poco a poco cobrando su protagonismo como canal entre ausentes gracias a la confluencia de múltiples factores que favorecieron la expansión de su uso a la denominada “gente común”. Las cartas, que arrastraban ya en los albores del siglo XVI una larga tradición, se convirtieron en el único modo de mantener una relación en los casos en que la autoridad paterna prohibía el cortejo o cuando todo un océano interrumpía el contacto con quienes emigraron a un Nuevo Mundo.
Si a esta reciente realidad unimos una paulatina expansión, aunque lenta, de la alfabetización y una mejora sustancial de la organización del correo, entendemos por qué suele calificarse a la Edad Moderna como “sociedad epistolar”.
Escribir misivas se convirtió, así pues, en una práctica habitual, especialmente presente, por ejemplo, en la relación entre enamorados, como parte del cortejo, unas veces secreto y oculto en la más estrecha intimidad de los amantes; otras, a pesar de la privacidad de su destinatario, forma pública de confirmar la palabra dada. Fue precisamente este género el medio, casi el único y desde luego el más general, que permitió a las mujeres de aquellas épocas hablar desde la escritura.
Los manuales epistolares, que proliferaron desde el siglo XVI, y los textos literarios crearon un clima de cultivo epistolar que acabó contagiando los usos populares y configurando una serie de modelos de los que bebieron enseguida mujeres socioculturalmente menos favorecidas.
En un principio, es cierto, fueron las socialmente más privilegiadas quienes se asomaron a esta escritura epistolar; en el marco de la escasísima alfabetización femenina, eran ellas las primeras que accedían a este tipo de instrucción de la mano de preceptores particulares. Sin embargo, como ocurre con cualquier tendencia, esta moda epistolar se extendería después a los sectores menos elevados.
Mujeres navarras que redactaron cartas. Por el estudio de la correspondencia femenina conservada, por lo general la de las casas reales y nobles, hemos sabido que el papel mediador de las mujeres fue esencial en el entramado de las redes clientelares que caracterizaron la sociedad y la política de aquellos períodos. Pero también hemos podido acceder, desde la historia cultural, al pequeño mundo de otras muchas mujeres y entrar en la intimidad de sus casas, de sus costumbres o de la vida cotidiana de sus pueblos.
En este contexto es en el que escribieron cartas muchas mujeres navarras de los siglos XVII y XVIII. Son textos de mujeres anónimas a los que difícilmente tenemos acceso hoy.
El anonimato de sus redactoras y su intrascendencia histórica han facilitado su desaparición, salvo que estas letras hubieran resultado vitales, por ejemplo, para el cumplimiento de una promesa. Este es el caso de las cartas recuperadas por J.M. Usunáriz, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Navarra, entre los procesos por ruptura de palabra matrimonial conservados en el Archivo Diocesano de
Pamplona.