Recientemente celebramos con éxito en todo el país el Día de los Patrimonios. Al cumplirse 25 años de su puesta en marcha, sin duda es una de las pruebas más potentes de que la cultura y valores cívicos están más vigentes que nunca en nuestro país, movilizando a cientos de organizaciones públicas, privadas y de la sociedad civil, a organizar más de 2 mil 500 actividades presenciales y virtuales, visitas guiadas, talleres y charlas.
Entre las actividades más elogiadas por la prensa y transeúntes destacó la excelente instalación Estación Pro que recreaba a escala real la desaparecida Estación Providencia, conocida como Estación Pirque, del antiguo ferrocarril de circunvalación y ramal a Puente Alto. La estación original, construida en 1911 bajo el estilo neoclásico del arquitecto Émile Jéquier, el mismo de la Estación Mapocho, el Museo de Bellas Artes y otras grandes obras del centenario de la República, estaba emplazada frente a Plaza Baquedano, y lamentablemente duró solo treinta años antes de ser demolida con el cierre del ferrocarril.
Patrocinada por la Municipalidad de Providencia, financiada por el Programa de Revitalización de Barrios e Infraestructura Patrimonial Emblemática de la Subdere y Metro, la instalación fue diseñada por el artista, arquitecto y estudiante del Magíster de Intervención en Patrimonio Arquitectónico de la Universidad de Chile Sebastián Tapia. Utilizando una estructura de andamios envueltos en gigantografías impresas en tela, generaba una detallada recreación de la fachada de la estación, llenando el vacío que el edificio dejó cuando fue demolido en los años cuarenta. En palabras de su autor “es un trabajo sobre la memoria, la ausencia y una especie de carta de amor hacia los lugares que ya no están”.
La intervención de Tapia abre la discusión respecto a la ausencia y pérdida del patrimonio, ya que muchos por primera vez pudimos experimentar la presencia de la estación en su escala real e inserta en su entorno urbano, reconocerlo proporcionada, bien diseñada y elegancia de sus ornamentos, ventanales y estructuras metálicas, e incluso advertir el contraste dialéctico que generaría hoy frente a la verticalidad dela torre Telefónica, la explanada de Plaza Baquedano y los edificios Turri. Algunos incluso se preguntan cómo en lugar de demoler no se mantuvo el edificio como las oficinas de EFE y su nave para un centro cultural u otros usos complementarios al parque.
Mientras visitaba la obra y su conjunto urbano, no podía dejar de sentir otro vacío, otra ausencia, más incómoda y dolorosa que la de la estación. En el centro del gran espacio puesto en valor por la efímera instalación, como si se tratara del vacío de un agujero negro, lucía reluciente, limpio y estoico el plinto del monumento al ausente General Manuel Baquedano y el soldado desconocido.
A casi cinco años del estallido y la infame ola de violencia que derivó en la mayor destrucción del patrimonio vivida en nuestra historia, nada justifica seguir evadiendo que vuelva Baquedano, como un “acto de amor hacia los lugares que aún podemos recuperar”.