sábado , 23 noviembre 2024
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El acto más profundamente humano (I)

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Nuestro Tiempo

Decía Ortega que el amor es a la vez centrípeto y centrífugo. Centrípeto, porque alguien desde fuera llama a la puerta del corazón y le suscita una suerte de inquietud pertinaz. Centrífugo, porque de sus profundas hondonadas sale un deseo irrefrenable de ir hacia la persona que le ha encendido ese interés. Al amor, dirá el maestro madrileño, le corresponde más este último movimiento, pues cuando se sale de uno mismo en la búsqueda del otro es cuando de verdad se ama. Amar es, para él, un camino continuo e incesante hacia el amado.

Quien pide perdón supera las fronteras del ego y sale en busca del ofendido en un movimiento que, como el del amor es centrífugo.

El perdón, expresión magnífica de la trascendencia del valor de la persona y de su capacidad para identificar el mismo valor en otra, encuentra su habitáculo en los brazos del amor. Y el amor, frondoso árbol de la vida, de la fecundidad, bebe de los manantiales del perdón para hacer crecer sus frutos. No se entiende uno sin el otro. Quien pide perdón supera las fronteras del ego y sale en busca del ofendido en un movimiento que, como el del amor, es centrífugo.

El que perdona, por su parte, acomete también toda una hazaña. Se libera de las cadenas del orgullo y, sobreponiéndose al mal padecido, rehace su amistad con quien se lo produjo. Quita los marciales parapetos que cortaban el riego a las arterias de aquella relación y levanta nuevos muros, ya robustecidos, en la ciudadela del mutuo amor que era, que es; ¡que siempre debe ser! su amistad.

En esta suerte de bilateralidad irrecusable, el hombre que se contempla a sí mismo queda obnubilado, como embebido por una realidad que lo supera. Y al no hallar respuesta a un hecho de tal hermosura, se contenta con admirarlo. Satisface su inquietud con el fino temblor característico del filósofo. Quizá por eso todos somos un poco filósofos. Porque a todos nos han perdonado algo que ni siquiera nosotros nos perdonábamos. Porque todos hemos tenido la experiencia de que el corazón se nos salía del pecho tras un abrazo reconciliador.

La naturaleza humana es libre e inteligente, pero precisamente por ello es también falible. El que piensa y toma decisiones tenga por seguro que se equivocará algunas veces. Aquí es donde entra en juego el perdón. Solo quien se sabe imperfecto es capaz de perdonar.

Continuará…

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