Rodrigo Escribano
Facultad de Artes Liberales
Valparaíso está rota, exhausta, macilenta, empobrecida y decadente. Pero para estar rota, exhausta, macilenta, empobrecida y decadente, antes hay que haber pasado por un período de integridad, vigor, brillantez, abundancia y progreso.
He aquí una nota distintiva de esta urbe de cerros y de ruinas: cuando transitamos sus calles no solo nos topamos con su postración presente, sino también con innumerables huellas de su pasada grandeza.
Y eso duele. Como lo dejó en evidencia Salvador Reyes en una de sus obras más cautivadoras, Valparaíso es un puerto de nostalgia. Es más, me aventuro a conjeturar que la nostalgia es el patrimonio inmaterial que une entre sí a casi todos los porteños. Hable con el que hable, sea de la generación que sea, siempre recuerda un Valparaíso mejor.
Hable con el que hable, sea de la generación que sea, siempre recuerda un Valparaíso mejor.
Hasta los millenials evocan los paseos y las tiendas de los años 90 como un dechado de hermosura y de alegría. Viejos y jóvenes, gentes de cerro y de plan, exiliados y vecinos comparten un desgarro muy suyo por el empeoramiento de su ciudad. Una ciudad cuyas edades de oro y de plata parecen haberse fugado para siempre.
¿Es este sufrimiento colectivo el síntoma de una derrota definitiva? Hay quien piensa que la nostalgia, en sus melancólicas retrospecciones, nos impide hacerle frente al futuro.
Por suerte, esto no es verdad. El historiador Tobias Becker opina que la nostalgia es un sentimiento multiusos. Es cierto, a veces puede ensimismarnos, atrapándonos en un bucle autocompasivo y estéril. Pero esto no es todo.
En varias corrientes de pensamiento, como el romanticismo, la memoria de un pasado mejor se considera un recurso inspiracional para imaginar en libertad futuros deseables. El desgarro de la pérdida puede engendrar el deseo de lo nuevo. Así dicho suena muy abstracto. Lo trataré de explicar con un ejercicio práctico. Les invito a recordar el Valparaíso del siglo XIX.
A ver qué les suscita recrear en sus cabezas aquel tiempo en que el emporio chileno alcanzó su apoteosis. Sintetizaré lo más posible. Puerto comercial, enclave estratégico, emporio cosmopolita. Núcleo irradiador de flotas expedicionarias, de mercaderías mosaicas, de capitales vagabundos, de periódicos políglotas.
Bahía abierta a los vientos, a las gentes y a las naves. Nido de inmigrantes, de empresarios, de burócratas, de lobos de mar y de buscavidas. Orgulloso amasijo de lenguas, de riquezas, de vicios y de cultos. Nodo arterial de tránsitos planetarios. Llave de los Andes. Eclosión de poder. Templo de opulencia. Fenicia del Pacífico. Babilonia Austral.
Valparaíso. ¿Esta evocación les produce ganas de rendirse? ¿No quisieran estar a la altura de este pasado? ¿No gozarían rescatando las historias que lo componen? Y he aquí que el puerto avejentado nos revela su secreto mejor guardado: nostalgia y esperanza son los mismo.