viernes , 22 noviembre 2024
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Padrós de Palacios, un cuentista para recuperar (II)

Joseluís González
Profesor y escritor
@dosvecescuento

Los anales históricos sellarían que uno de los primeros en ganarlo fue un joven peruano de 23 años, un tal Mario Vargas Llosa. Con Los jefes. Un prodigio de colección.

Aquellos dos libros iniciales de Padrós de Palacios mostraban a un cuentista imaginativo y versado en los grandes nombres del género: Poe, Chéjov, O. Henry, Maupassant… Acuñó con su fiel amigo el editor y poeta Enrique Badosa, y con el doctor Manuel Pla, una firme definición de cuento: “Texto preferentemente breve, de contenido expectante, cuya acción se intensifica y aclara en su mismo desenlace”.

Centrados en el peso y en el ingenio de la trama, según lo muestran piezas como La carrera o La asombrada alegría de Nochebuena, microrrelatos precursores, su célebre Náufragos o también El pecado y el magistral El aparecido, los primeros relatos padrosianos reflejaron su visión de la sociedad en sus épocas y transformaciones.

No demasiados escritores compartieron la estética que este hombre coherente defendía.

Impregnaban sus páginas la sutileza inteligente del humor, el toque culto del equilibro y la armonía y lo elegante de querer comprender siempre la naturaleza humana y su dignidad, un rasgo arraigado en cuentistas de vocación.

Y las diferentes caras que puede albergar un mismo suceso o la misma persona. Por eso, las últimas líneas de sus relatos dejan al lector pensativo y a menudo sorprendido gratamente. No demasiados escritores compartieron la estética que este hombre coherente defendía.

En aquellos años aparece un personaje esencial de la narrativa de Padrós, el comisario Lorenzo Sánchez-Tello, un hombre común fuera de lo ordinario, un soriano heredero de una trascendente línea detectivesca que tiene en Chesterton a uno de sus mentores. Sánchez-Tello se merece en estos tiempos una recopilación. “Solo la realidad es sorprendente.

La mentira siempre trata de ser verosímil, la realidad no”, frase que cincela en uno de los cuentos, podría figurar como su divisa.

Quizá la rueda dentada del tiempo y las costumbres hayan enturbiado el luminoso estilo de Padrós. Ningún periodista escribe en blocs, y menos con pluma estilográfica, ya no existen teléfonos con rueda para marcar números. Reencontrar lo genuino del ser humano y la literatura que muestra cómo somos harían bien en reeditar la narrativa breve de este caballero respetuoso.

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