Paco Sánchez
Periodista y profesor titular de la Universidade da Coruña
@pacosanchez
Escribo en las estribaciones de 2024, justo cuando doy una última vuelta a los textos de los alumnos de primero para decidir su nota final. Disfruto mucho con las clases, quizá con lo que más. En este curso, después de un año de abstinencia por discutibles cuestiones médicas, el goce ha sido mayor. Aunque también habrá influido que el número de estudiantes fuera menor e indeciblemente amable. Esto, claro está, no me ha privado de algunos sustos, como ocurre en cualquier aventura que se precie.
Por ejemplo, he descubierto que mis problemas de explicaderas van en aumento, pese a que todavía les gustan mis clases. Lo que realmente les interesa no es lo esencial, sino lo accesorio: las anécdotas con las que ilustro lo importante, las partes narrativas de la sesión más que las explicativas.
Como esto me ocurre desde hace años, cocino con particular esmero esas guarniciones e intento presentarlas de un modo apetecible: no siempre recuerdan a cuento de qué traje a colación determinada historia pero, si se les queda, aumentan las posibilidades de que se les quede también el conocimiento asociado que pretendía transmitir.
Llego a las primeras clases con miedo: ¿y si este año fuera el de la ruptura?, ¿y si ya no logro entenderme con ellos? Pero hay un lenguaje que siempre comprenden —nunca falla—, un idioma que no se puede simular. En una ocasión me dijeron algo muy doloroso que me cuesta confesar por primera vez ahora: “Es que para ti no somos un estorbo”.
Sentirse un estorbo en la vida de los otros tiene que resultar durísimo. Supongo que les darán ganas de quitarse de en medio. Y muchos, cada vez más, lo hacen. Terrible. Una sensación mucho peor que la de sentirse prescindible y que se ha convertido ya en plaga. No solo en las aulas.
Cuando percibo que les costará entender una palabra, la digo de todos modos. Me paro y les pregunto qué significa. Con frecuencia, nadie lo sabe y empieza una carrera por buscar el término en la aplicación del móvil (algunos no pueden descargársela porque llevan el móvil atestado de imágenes y música: no les cabe un bit y no quieren borrar).
Los vagos y los lanzados empiezan a aventurar propuestas sin consultar nada. Por fin alguien lee en voz alta la entrada de la Real Academia, que, por cierto, suele sorprenderles. A menudo incluso la rechazan.
Continuará…