Dr. Jorge Antonio Ortega Gaytán
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¡Somos seres comunicativos! En el amplio sentido de la palabra; ¿seres espirituales teniendo una experiencia terrenal? Quizás somos el resultado de la evolución; hombres y mujeres de maíz desde la óptica del Popol Hub; ¿descendientes de Eva y Adán? Desde la visión judío, cristiana occidental, en fin, la interrogante es cómo llegaron todas estas versiones de nuestra existencia a nuestro
conocimiento.
La respuesta es simple: a través de la lectura, no existe duda. Hay otras formas como las tradiciones orales transformadas en leyendas, a las que luego se les implementó una melodía la cual permitió la existencia de los trovadores, de esa mezcla medular nace la poesía (decir todo en pocas palabras y que suene agradable al oído) por ejemplo el Cantar de los Cantares.
La escritura es el único acto real de libertad absoluta. Es por ello que el libro es considerado un invento maravilloso, es único; logra expandir las capacidades del cerebro, hace que nuestras neuronas hagan gimnasia mental, nos permite imaginar, crear, sentir, ver, sufrir, amar y viajar por otros mundos reales o imaginados; algunos desconocidos como las profundidades del corazón que se enfrenta a los acertijos de los sentimientos del amor o como el odio en todas sus alternativas y variantes.
”Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse“, Antonio Basanta.
Por lo anterior, la Unesco establece (1995) el Día Internacional del Libro el 23 de abril, coincidiendo con el fallecimiento de los escritores Miguel de Cervantes, William Shakespeare y Garcilaso de la Vega.
Un viaje espectacular, cuando leemos libros como Metamorfosis, de Kafka; El arte de Amar de Ovidio (mi maestro), o cuando nos seduce la muerte describiendo la trama, como es el caso de La ladrona de Libros o la inocencia del Niño de la pijama a rayas.
Disfrutar de las aventuras de los gemelos del Popol Hub, la desventura de El Coronel que no tiene quien le escriba, El amor en tiempos del cólera, Cien años de soledad del Gabo; La casa de los espíritus, Retrato en sepia, de Isabel Allende o Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta; Como Agua para Chocolate, de Laura Esquivel.
El Cristiano Errante, del coronel Antonio José de Irisarri; las obras del general Pedro Zamora Castellanos que nos traslada a una Centroamérica convulsa. José Milla, que nos introduce a los tiempos prístinos de Guatemala con Juan Pueblo, Hombres de maíz, El señor presidente, Viernes de dolores, de nuestro premio Nobel Miguel Ángel Asturias; y así, podría seguir en la aproximación de las lecturas exquisitas de nuestros escritores y los extranjeros.
¡Reitero! Un día sin leer es un día perdido. Si no leemos, solo vamos a vivir nuestra vida, pero, si lo hacemos podemos adquirir la experiencia de 100, 1 mil, 10 mil vidas; es algo que se absorbe gratis al tener esa conversación privada con el escritor, sin riesgos y de mucho aprendizaje, que nos va a permitir tomar decisiones acertadas con el mínimo de espacio al error y sobre todo, nos evita a improvisar en nuestro caminar del día a día.
Tenemos de la cuna a la cremación para aprender; el 91 por ciento de nuestra existencia lo hacemos a través de la lectura y ese acto nos permite comparar, contrastar, analizar ideologías, creencias, viajar a los vericuetos de las mentes brillantes de otros tiempos, de otras latitudes, sus motivaciones, el uso del lenguaje escrito en cualquiera de los géneros literarios.
Sumergirnos en las almas desesperadas por fantasmas y demonios reales o inventados de los escribanos de antaño y de hoy. Como un producto extra de la lectura, nos regala un mejor vocabulario que nos facilita la comunicación con otros seres humanos.
Según Emilio Lledó: “El libro es, sobre todo, un recipiente donde reposa el tiempo. Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia y la sensibilidad humana vencieron esa condición efímera, fluyente, que lleva la experiencia de vivir hacia la nada del olvido”.