El vertedero a cargo de la Autoridad para el Manejo Sustentable de la Cuenca y del Lago de Amatitlán (Amsa) pinta de cuerpo entero el fracaso que, como país, hemos tenido en el tratamiento de los desechos sólidos. La desidia con que ministerios y municipalidades han enfrentado el tema nos
tiene en una crisis ambiental, que obliga a suspender el sagrado derecho de los niños a estudiar.
De esa cuenta, hoy, el Organismo Ejecutivo que dirigen el presidente Bernardo Arévalo y la vicemandataria Karin Herrera deberá resolver un problema que sus antecesores y los responsables de los gobiernos locales anteriores fueron incapaces de visualizar y, menos aún, resolver.
La decisión del Consejo de Ministros de declarar el estado de calamidad, que permita hacer frente a los 44 incendios activos en el todo el territorio nacional, en especial, el del vertedero de Amsa, es apenas el inicio de un proceso que, más que recursos, requiere voluntad política y determinación.
Dicha medida, necesaria por la dimensión de los fuegos y la terrible contaminación que generan, forzosamente, debe incluir la decisión de cerrar el depósito que administra la Autoridad del lago, y obligar a las comunas que se encarguen del manejo y tratamiento de los residuos, responsabilidades que en otras naciones son vistas como oportunidades de desarrollo e ingresos económicos.
Las largas que los gobiernos anteriores dieron a la situación han vuelto inmanejable el asunto y una bomba de tiempo que explotará en cualquier momento. Como antecedente, conviene anotar que el relleno de Amsa se creó en 1999 para atender a nueve municipios.
En 2007, 13 jurisdicciones trasladaban sus desperdicios, lo que provocó que se exigiera el cierre en cinco años plazo. En 2024, 34 territorios trasladan su basura, por la incapacidad de los alcaldes para atender sus necesidades.
Cerrar los ojos ante este problema sería un graso error, máxime cuando se conoce el
camino a seguir, el cual pasa, insistimos, por voluntad política para cumplir y hacer cumplir lo que establece la Ley.