Javier Azanza
Catedrático de Historia del Arte
En el diálogo que se establece entre ambos, proclama la Muerte: Nemine Parco (A nadie perdono). A lo que contesta la reina: Nec mihi? (¿Ni a mí?).
El epigrama, inspirado nuevamente en la Armónica vida de Santa Teresa, abunda en el poder igualador de la muerte cuyo rayo fulminará a todos por igual, de manera que ni los reyes ni los grandes de la tierra están a salvo de su imperio.
El siguiente jeroglífico es el nº 3 de las exequias de Isabel de Farnesio, y en él comprobamos cómo la muerte ya ha cumplido su amenaza. Lleva por título Quod es fui; quod sum eris (Lo que eres fui; lo que soy serás), y su pictura muestra un sepulcro abierto con la lápida apoyada en un costado, de manera que deja a la vista su interior.
En él reposa el esqueleto de la propia reina, todavía con la corona sobre su cabeza como símbolo de su efímero poder.
La décima del epigrama recuerda la caducidad de los logros de este este mundo y la lección que debían extraer los asistentes a la ceremonia al “escuchar” las palabras que les dirigía la reina desde su tumba: “Tú has de ser lo que yo soy, pues yo fui lo que tú eres”.
En el escenario enlutado de la catedral pamplonesa, el mensaje y la visión de los despojos regios debían resultar sobrecogedores. Vencer a la muerte desde la virtud.
Hasta este momento el programa iconográfico parece conducir irremisiblemente a la victoria de la muerte.
Pero en una sociedad que cree en la vida eterna, la muerte no puede triunfar ante un poder superior capaz de vencerla y otorgar al monarca difunto el paso de la esfera terrenal a la celestial.
Pero en una sociedad que cree en la vida eterna, la muerte no puede triunfar ante un poder superior capaz de vencerla y otorgar al monarca difunto el paso de la esfera terrenal a la celestial.
Será una vida virtuosa la que garantice a nuestros reyes y reinas la eternidad y los convierta en modelo de conducta para sus súbditos.
No faltan, en consecuencia, las alegorías de sus virtudes. Nos sirve como ejemplo un jeroglífico de las exequias de Felipe V, inspirado, al igual que el resto, en los que compuso el artista madrileño Sebastián Herrera Barnuevo para los funerales de Felipe IV celebrados en 1665 en el convento de la Encarnación de Madrid, incluidos en la Descripción de las honras que se hicieron a la Catholica Magestad de D. Felipe quarto (1666).
El anónimo mentor de los emblemas pamploneses manejó con profusión la relación de exequias hispana más importante del siglo XVII que detalla los funerales por el “Rey Planeta”.
El jeroglífico tiene por lema: Deducet te mirabiliter dextera mea (Que tu diestra te enseñe a hacer proezas, variante de Sal 45 (44),5).
En su pictura, encerrada en una corona de laurel, aparece la Fe conforme a uno de sus tipos iconográficos más característicos: vestida de blanco, con los ojos vendados y el cáliz y la Sagrada Forma en su mano izquierda, en tanto que extiende la derecha para ser guiada por el brazo de Felipe V que surge de una nube.
El rey se condujo en vida guiado por la fe, y tras su muerte continuará guiando a su pueblo en la fe desde la gloria del cielo.
La cuarteta que compone el epigrama abunda en esta idea: “Siempre andará sin recelo / la Fee aunque ciega se muestra / por que Felipe la adiestra / con su mano desde el cielo”.
Aunque leemos Felipe porque fue el nombre escrito originalmente, ahora aparece el de Luisa. ¿A qué obedece el cambio? A la reutilización de este mismo jeroglífico en los funerales celebrados en la catedral de Pamplona en febrero de 1819 por María Luisa de Borbón-Parma, esposa de Carlos IV.
Obviamente, se hacía necesario un reajuste que permitiese su uso, de manera que sobre el nombre de “Felipe” se colocó una etiqueta con el de “Luysa” que ocultó el anterior.
Es un buen ejemplo de la pervivencia de la cultura simbólica en Navarra a comienzos del siglo XIX.