Macarena Roca
Facultad de Artes Liberales
Agujeros negros y pintura barroca. Un fenómeno astronómico y un estilo pictórico que comparativamente nos conducen a un curioso estadio común.
Ambos nos conectan con preguntas existenciales y espirituales que están más allá de las certezas del conocimiento.
El misterio del claroscuro y la profundidad de lo desconocido procuran un estado sublime al no poder ver ni comprender, en su totalidad, el mundo que se nos muestra.
Nuestra breve y pequeña existencia queda desnuda al mirar un agujero negro, cuya gravedad es tan fuerte que ni siquiera la luz puede escapar de él.
La imagen del agujero negro nos propone un camino de dinamismo intelectual y de profundo drama espiritual.
¿Por qué nos maravilla la imagen, al parecer sencilla, de claroscuro con el que se presenta? Nos afecta y emociona estar frente a un objeto celeste que suscita más preguntas que respuestas, que nos hace reflexionar sobre nuestra vida y pone en perspectiva nuestros problemas temporales y cotidianos.
La imagen del agujero negro nos propone un camino de dinamismo intelectual y de profundo drama espiritual, semejante a Aparición del ángel a San José (1640) de Georges de La Tour.
Mediante una tenue luz de vela, parcialmente velada por la mano del ángel, nos introduce a un misterio fundacional de la fe católica: la llegada de Jesús al vientre de María, la Virgen Madre.
De forma semejante, Rembrandt van Rijn en Filósofo en meditación (1632) nos adentra a una forma áurea en donde posiciona al sabio recibiendo desde la ventana la luz del Universo, mientras una anciana atiza las llamas de la cocina.
La luz y la sombra en los agujeros negros y las pinturas barrocas nos asombran. El observador está frente a lo desconocido y se entrega a la exploración intelectual, donde las preguntas críticas sobre el hombre, los dioses, el tiempo y el espacio no tienen límites.