lunes , 25 noviembre 2024
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La guerra sucia de desinformación en RR. SS.

Luis Enrique Santana
Investigador Escuela de Comunicaciones y Periodismo

“Inventémosle ‘hueás’… da lo mismo… así, pesados, duros. Inventen… la guerra sucia por Twitter.

En Twitter nadie sabe quién es, así lo hacen los haters”, esas fueron las instrucciones que la jefa de comunicaciones de la alcaldesa Barriga daba por intermedio de un audio de Whatsapp a su equipo, para atacar en redes sociales a concejales opositores.

Este audio es una evidencia más de las prácticas que investigadores de diferentes universidades del mundo venimos rastreando hace tiempo.

Son grupos de interés y políticos que, amparados en el anonimato, intentan manipular a la opinión pública a través del engaño.
Desde la campaña presidencial chilena de 2017, la presencia de bots destinados a crear la ilusión de un apoyo masivo a ciertos candidatos ha sido evidente.

Estas estrategias de difusión de desinformación han evolucionado con el tiempo, tornándose más sofisticadas y menos directas en su apoyo a causas o candidatos específicos.

Amparados en el anonimato, intentan manipular a la opinión pública a través del engaño.

Ahora, también se utilizan para atacar y silenciar a opositores o periodistas, como lo ocurrido en el caso de Maipú, o simplemente para sembrar la discordia en determinados debates.

Entre estas tácticas se encuentran las “cuentas títeres”, perfiles de redes sociales que aparentan ser individuos reales, pero que en realidad son controlados por personas con identidades falsas, a menudo manejando múltiples cuentas para atacar ciertas causas o personas.

En todo el mundo existen agencias y profesionales de la comunicación a menudo disfrazadas de empresas de marketing político que venden propaganda computacional para influir en procesos políticos. Sus métodos incluyen el uso de influencers que promueven ciertas posiciones, bots, cuentas títeres y coordinación de ataques contra oponentes.

Es lo que la periodista de la alcaldesa denominó como “guerra sucia”.

En países como Rusia y Venezuela existen estrategias de propaganda que implican tanto a agencias comerciales como a servicios de inteligencia gubernamentales. Otro ejemplo: En Brasil, durante el gobierno de Bolsonaro, sus asesores dirigían una operación de desinformación conocida como la “oficina del odio”, destinada a difamar a instituciones y personas que defendían la democracia y las instituciones.

El anonimato y la capacidad de automatización, que permite la difusión masiva de mensajes, hacen que estas prácticas sean extremadamente perniciosas y difíciles de controlar.

Sin embargo, existen múltiples esfuerzos en marcha para descubrir y exponer a estas agencias y profesionales que atentan contra la posibilidad de estar informados y deliberar democráticamente.

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