Ana Marta González
Catedrática de Filosofía
Revista Nuestro Tiempo
Como principio de inclusión social, la fraternidad conduce a reconocer y valorar los múltiples modos en que todo ciudadano contribuye al desarrollo de la sociedad no solo en términos económicos, sino humanos.
Las personas más necesitadas, con su mera presencia, reclaman de nosotros una respuesta y nos revelan nuestra mayor o menor humanidad. Esto nos conduce a la cuestión más amplia sobre cómo hacer nuestras sociedades inclusivas para todas las personas, independientemente de su productividad. Algo que, en la práctica, pasa por revisar el modo en que afrontamos y organizamos el trabajo, haciendo que sus dimensiones específicamente humanas prevalezcan sobre las mercantiles.
En efecto: ni todos los valores que se ponen en juego en el trabajo humano se reducen al precio que adquiere en el mercado, ni todas las formas de contribuir significativamente a la marcha de la sociedad se deciden en el terreno de la economía productiva. Los múltiples modos en que los mayores contribuyen de hecho a sostener la vida familiar y ciudadana representan una prueba evidente del valor social de muchas actividades que no cuentan estrictamente como trabajo productivo.
Profundizar sobre la forma que debería adoptar una sociedad acogedora con las personas mayores constituiría un aspecto estratégico.
Es patente, sin embargo, que la práctica del cuidado sostiene de hecho la economía productiva tanto como esta última sostiene la misma práctica del cuidado. Mucho depende, en efecto, de que los trabajadores vivan “libres de cuidados” mientras están en su puesto de trabajo, porque sus familiares están bien atendidos.
Y mucho depende de que los sueldos alcancen para pagar esos cuidados a cargo de profesionales bien formados, tanto desde el punto de vista técnico como humano. Según esto, profundizar sobre la forma que debería adoptar una sociedad acogedora con las personas mayores constituiría un aspecto estratégico de una reflexión más amplia sobre los distintos modos en que tanto el trabajo productivo como el de cuidado estructuran la vida personal y social.
En las condiciones propias de las sociedades modernas, esa reflexión es inseparable tanto de la profesionalización del cuidado como de un modelo social que, poniendo en el centro a las personas, asegure el refuerzo recíproco del sistema productivo y el de cuidados.